I. Concepto general de la encuesta como técnica de investigación
La encuesta es una técnica de investigación social que permite
conocer las opiniones y actitudes de una colectividad por medio de un
cuestionario que se aplica a un reducido grupo de sus integrantes al que
se denomina «muestra». Esta técnica se usa con frecuencia en las
campañas electorales.
Quienes no han estudiado estas disciplinas cuestionan la validez de
esos datos argumentando que lo que dicen unos pocos cientos de personas
no permite saber lo que opinan cientos de miles de ellas y elucubran
acerca del tamaño de la muestra, su confiabilidad y otra serie de temas.
Normalmente imaginan que los procedimientos que deben conducir a la
elaboración de una muestra son casi mágicos.
La verdad es que tendríamos una muestra perfecta si lográramos hacer
un sorteo en el que todos los electores de un país tuviesen exactamente
la misma posibilidad de ser entrevistados. La mejor muestra sería fruto
del azar más completo.
En la práctica, esa igualdad de posibilidades no se da. Es más fácil
encuestar a los habitantes de las ciudades que a los campesinos, a los
de los barrios de clase media que a los de clase alta, etc. En la medida
en que el azar total no funciona, los encuestadores toman una serie de
medidas técnicas y hacen cuotas para que no sean entrevistados solamente
los que tienen más posibilidad de serlo.
Las encuestas electorales están en el ojo de la polémica electoral
contemporánea. Desde tiempos inmemoriales los seres humanos tenemos
temores y actitudes mágicas frente a los instrumentos que parecen
predecir el futuro. Esta tensión instintiva sumada a las pasiones de la
lucha por el poder forman una mezcla explosiva que detona en cada
campaña electoral.
Las encuestas son conocidas por el escándalo que produce en las
campañas la publicación de la simulación electoral, que es una pregunta
del formulario que averigua cómo votarían los ciudadanos si las
elecciones fueran el día en que se realiza la encuesta. Los candidatos
se obsesionan por esa pregunta. Los porcentajes producen polémicas
estridentes. Unos dicen que según «sus» encuestas ganan, otros que las
encuestas publicadas son falsas, otros que no creen en las encuestas. En
varios países de América Latina se han hecho cuñas de televisión
hablando de «verdaderas encuestas» y otros disparates.
Los temores mágicos han puesto el foco de la polémica en lo
intrascendente y no en lo de fondo. Las encuestas son muy útiles para
ganar una elección si se las usa como lo que son: una técnica de
investigación. Su fuerza está en la cantidad y calidad de la información
que proporcionan a quienes elaboran las estrategias electorales.
En una época en que la democracia se ha ampliado y los países no solo
se manejan de acuerdo a lo que dicen las élites económicas o
intelectuales, una campaña electoral necesita conocer lo que opinan los
ciudadanos comunes acerca de los más diversos temas. La única forma de
hacerlo es a través de la investigación científica y la herramienta
privilegiada de ese tipo de investigación es la encuesta electoral.
II. Antecedentes históricos sobre la técnica de las encuestas.
Originalmente las encuestas se aplicaron a la política por iniciativa
de medios de comunicación colectiva que pretendían predecir resultados
electorales.
La primera encuesta de que hay noticia la aplicó el periódico
Harrisburg Pennsylvanian en 1824 averiguando las preferencias de los
ciudadanos de Wimiltown en Estados Unidos. En 1880 fue un grupo de
periódicos integrado por el Boston Globe, el New York Herald Tribune, el
St. Louis Republic y Los Angeles Times el que realizó una nueva
encuesta, consiguiendo un aceptable éxito; sus porcentajes se ajustaron
bastante a los obtenidos por los candidatos el día de la elección.
En 1936, la revista Literary Digest intentó hacer su propia encuesta
enviando a diez millones de norteamericanos formularios para que los
llenasen por sí mismos. El resultado fue catastrófico. Esta experiencia
demostró que no es el tamaño de la muestra sino el nivel técnico de
quienes la elaboran lo que determina la proximidad de los resultados de
la encuesta con los de la elección.
En la década del treinta la señora Alex Miller que pretendía ser
Secretaria de Estado en Iowa, contó con el apoyo técnico de las
encuestas de su yerno George Gallup para su campaña electoral. Gallup
hizo posteriormente su tesis doctoral sobre técnicas de muestreo y fundó
una de las empresas de encuestas más famosas del mundo. En esos mismos
años surgieron otros grandes encuestadores como Elmo Ropper, que dieron
mayor prestigio científico a las encuestas de opinión pública.
Desde entonces en los Estados Unidos las encuestas han servido como
instrumento de tecnificación de las campañas electorales y como
ingrediente de un periodismo moderno, más preocupado por la opinión
pública.
En los Estados Unidos se celebran centenares de elecciones y
consultas populares todos los años desde hace muchos años. Esta amplitud
y permanencia de la democracia ha permitido que en ese país las
técnicas electorales se hayan sofisticado como en ningún otro lugar del
mundo. A partir de la campaña del Presidente Kennedy, la mayoría de los
políticos norteamericanos comprendieron la utilidad de este tipo de
estudios, y actualmente no existe ningún candidato medianamente serio
que al iniciar su campaña no proceda a conformar un equipo de
consultores profesionales que le asesoren entre los cuales,
inevitablemente, está al menos un experto en encuestas.
A partir de la formación de la American Asociation of Political
Consultants en los años sesenta, la consultoría política se ha
profesionalizado. En la política norteamericana actual nadie duda de la
importancia de estos profesionales en campañas electorales y existen
varios centenares de empresas dedicadas exclusivamente a la política
práctica.
En el intento de avizorar el futuro, la suerte de las encuestas ha
sido variable. Por lo general, los sondeos han previsto los resultados
electorales aunque a veces han fallado estrepitosamente, como en 1948
cuando todas las empresas predijeron la derrota del Presidente Truman, o
como en las elecciones nicaragüenses de 1990, en que la mayor parte de
las empresas encuestadoras predijeron el triunfo Sandinista sobre
Violeta Chamorro.
En la mayor parte de los países de América Latina las primeras
encuestas se aplicaron patrocinadas por medios de comunicación
colectiva. En estos días son muchos los periódicos y canales de
televisión que publican encuestas cuando llegan las elecciones. Algunos
medios de comunicación modernos usan regularmente estudios de opinión
pública para otros temas que no son estrictamente electorales, pero que
son cada vez más importantes para comprender la política contemporánea.
Actualmente en América Latina son pocos los políticos que manejan
bien las encuestas y la consultoría política para orientar sus campañas
electorales, aunque en los últimos años, en la mayoría de las campañas
han participado consultores que basan sus estrategias en los resultados
de investigaciones técnicas.
III. Lo que no son las encuestas
En torno a las encuestas electorales circulan algunas ideas equivocadas a las que nos referiremos brevemente.
Ante todo, las encuestas no expresan las preferencias de quienes las
hacen. Puedo ilustrar con mi experiencia personal: a través de los años
he hablado con políticos que me agradecen porque los resultados de una
encuesta que publiqué les son favorables o que se enojan porque les son
adversos. Ambas actitudes son erróneas. Soy un profesional en la materia
y mis estudios reflejan simplemente lo que encuentro a través de la
investigación más allá de mis simpatías o antipatías. La encuesta, si
está bien hecha, no debe reflejar los sentimientos ni negativos ni
positivos de los encuestadores.
Hay otro error muy común entre políticos y periodistas: creen que la
principal información que aporta la encuesta consiste en adivinar el
porcentaje de votos que obtendrá el candidato el día de la elección.
Creen además que ese porcentaje corresponde al que obtiene en la
simulación. No saben que el resultado de esa pregunta es solamente un
dato de los tantos que aporta la encuesta y que los números deben ser
leídos por especialistas que saben interpretarlos.
Muchos creen que simplemente es cuestión de leer los porcentajes,
pero quien se fía de la interpretación de una encuesta hecha por
periodistas comete el mismo error que el que cuando se siente enfermo,
entrega los resultados de sus exámenes de sangre y radiografías a la
prensa para que le diagnostiquen. Se equivoca: esos exámenes debe
interpretarlos un médico.
Tanto para el político, como para el lector o el televidente, es más
importante conocer las razones por las que los ciudadanos están votando
de determinada manera, la dirección en que se mueven, los efectos de los
hechos políticos, los aciertos y equivocaciones de cada uno de los
actores en la campaña electoral, que saber lo que ocurriría si las
elecciones fueran el día en que se aplica una pregunta.
La encuesta electoral, por lo demás, es una especie de foto.
Sólo
tiene sentido si se puede imaginar cuál es la película de la que forma
parte. Si un candidato tiene el 15% de las preferencias electorales, la
cifra puede ser buena o mala. Una cosa es tener ese 15% después de haber
obtenido en la anterior encuesta un 30% y otra si antes tenía un 5%. En
el un caso 15% es muy malo y en el otro muy bueno. Un solo número no da
información suficiente para evaluar la situación de un candidato porque
no permite apreciar los movimientos.
El público en general y los medios de comunicación en particular,
creen que lo importante es que la encuesta adivine el futuro. Algunos
medios de comunicación proponen la realización de verdaderos concursos:
veamos cuál encuestadora se acerca más a los resultados finales con la
mayor anticipación posible. Este es otro error. Hay varios problemas
para que las encuestas cumplan con ese cometido.
En los procesos electorales latinoamericanos muchos ciudadanos se
mantienen indecisos hasta el final. En la mayoría de nuestros países la
lealtad partidista es baja y los votantes muy volubles. Nuestras
sociedades son enormemente heterogéneas y en todas nuestras ciudades hay
zonas difíciles de encuestar por su peligrosidad. Pretender que una
encuesta adivine los porcentajes de una elección es absurdo.
En los países en los que el voto es obligatorio las encuestas tienen
menos precisión. Muchos votantes (aproximadamente un diez o quince por
ciento), deciden finalmente su voto el día de la elección. Generalmente
están allí por cumplir un requisito y evitar una multa y les da lo mismo
votar en cualquier dirección. Con su voto pueden inclinar la
presidencia del país a favor de un candidato, aunque no tienen interés
ni siquiera en opinar sobre el tema.
Que lo haga con semanas de anticipación es también poco lógico. Los
resultados de una encuesta son más aproximados mientras menor es la
distancia entre la fecha de la encuesta y la de la elección. Cada nuevo
día es un espacio para lo imprevisto. Algunos candidatos guardan sus
peores ataques para el último momento y a veces logran alterar a los
votantes. A las únicas encuestas a las que se les puede pedir una mayor
precisión es a las «exit poll», encuestas hechas en la puerta de los
recintos electorales.