El tema ya ha sido anunciado y es prácticamente una
tesis: ya es hora de que tengamos una educación para el desenvolvimiento
humano. Conlleva también la convicción implícita de que, sin una educación para
el desenvolvimiento humano, difícilmente llegaremos a tener una mejor sociedad.
Ya hemos vivido una
historia muy larga de nobles propuestas y encarnizadas revoluciones por el
cambio social que descuidaban el cambio individual y pareciera que ya es hora
de que entendamos que, si queremos una sociedad diferente, necesitaremos de
seres humanos más completos: no se puede construir algo de tal naturaleza sin
los bloques elementales apropiados.
Es
éste un tema que me viene interesando desde muchos años y en el que comencé a
involucrarme cuando empecé a intuir el valor político de la educación del individuo.
(Por supuesto digo “político”en el gran
sentido de la palabra, alusivo al bien público y no al maquiavelismo de la política
de poder). Pensaba entonces que la comprensión del potencial de la educación
para la evolución social sería una cosa muy fácil de trasmitir a personas
receptivas en el sistema educacional, que a su vez podrían hacer lo necesario
para que la educación se torne más relevante al cambio. Pero ya llevo unos 15
años dándome cuenta que sucede algo muy extraño en la educación: se trata de
una institución muy bien intencionada,
un gremio en el que en cada país se habla continuamente de reformas
posibles y particularmente de currículos complementarios o alternativos; se
celebran conferencias, se invierte mucho dinero – y no cambia nada fundamental,
pues domina una gran inercia institucional.
Y
a mí esto me parece trágico, como también me parece trágico que entre todos los
males del mundo, éste sea uno casi invisible.
Pienso que el
desarrollo humano sea fundamental, no sólo en vista de una sociedad viable sino
en vista de la felicidad del individuo, pues no creo que estemos en este mundo
simplemente para sobrevivir y pienso que más nos convendría pensar en nuestro
planeta como en una especie de purgatorio al que hemos llegado para hacer un
trabajo interior: para cultivar nuestro espíritu y salir mejor de como
llegamos.
Hasta un materialista
empedernido o un agnóstico doctrinario puede reconocer que “no sólo de pan vive
el hombre”. Pero ¿cómo es posible que tras milenios de reflexión acerca del
destino humano, de la felicidad que trae la virtud y de la perfectibilidad de
nuestra condición, exista en el mundo civilizado una institución que se
llama “educacional” y que no se ocupe
más que de cosas relativamente insignificantes? Pues es claro que en lugar de
ocuparse de ayudar a las personas a ser buenas personas para que así tengamos
un buen mundo, se dedica a enseñar materias que, se supone, van a servirnos en
nuestra vida de trabajo; o que, se supone, van a servir para la educación de
nuestra mente, pero ni siquiera sirven de gran cosa en la preparación de los
estudiantes para una futura vida de servicio; sirven sólo para la educación de
ciertos aspectos de la mente, en
detrimento de otros. Más que nada, la educación actual sirve para pasar
exámenes y así lograr un lugar privilegiado en el mercado de trabajo, por lo que
es exacto decir que el órgano social al que correspondería velar por el
desarrollo humano se ocupa de irrelevancias, olvidado de su función-—y esto
sucede justo cuando se ha tornado sumamente urgente el desarrollo humano en el
estado actual del mundo.
Hoy
día se habla de crisis en la educación. ¿Por qué se habla de crisis? Porque los
educandos jóvenes no quieren la educación que se les ofrece. Y porque es eso,
fundamentalmente, lo que lleva a la institución a hablar de “crisis”. Bien
pudiera decirse que lo que tiene lugar es una crisis de marketing, interpretada
muy unilateralmente y comprendida a medias.
Se le echa la culpa a
las juventudes principalmente. Se piensa: “estamos en crisis porque las
juventudes ya no se interesan como antes en sus estudios”, “ya no son serios
los muchachos como en otros tiempos”, “los muchachos toman drogas y porque
toman de drogas no son capaces de oír a la gente seria que quiere traerles
estas materias tan importantes a la sala de clase.” Y no se piensa que tal vez
sea al revés: bien puede ser el caso que los muchachos estén adquiriendo una
conciencia más despierta que los repetidores,
que han sido programados para hacer una enseñanza tradicional y que al
muchacho le basta un contacto breve con la escuela para darse cuenta que eso no
le interesa. Incluso el efecto de las drogas (a las cuales se les echa tanto la culpa en Estados Unidos--y
por eco de la política norteamericana, en el resto del mundo) ha sido
principalmente el de abrir cuestiones existenciales, darle un sentido a los
muchachos acerca de que hay muchas cosas en la vida que son urgentes y que en
la sala de clases se ignoran como irrelevantes. Allí los asuntos existenciales
se ven sistemáticamente ahogados por una situación en que falta el encuentro
humano, falta el diálogo en torno a lo que pasa en las mentes, familias y
entorno de los alumnos, a los que se exige estar quietos en sus bancos y se
entrena en la obediencia. A propósito, actualmente está probado que la inhibición del impulso
lúdico causa un considerable daño cerebral, pues hay sinapsis que son
específicamente estimuladas por el juego
y que después se pierden. Yo pienso que ir al colegio hoy en día es como comer
arena -- comer algo que no alimenta, cuando se intuye que hay otra cosa que sí
sería relevante y es criminal hacer perder tiempo, energías, años de vida a la
gente con el supuesto de que esto es lo que necesita. Lo que se necesita es
otra cosa: algo que ayude al desarrollo humano.
Desarrollo
humano es mucho más que información y, sobre todo, mucho más que el tipo de
información que ahora ocupa a los educadores, que no es para la vida siquiera,
sino que, como decía, para obtener un papel que indique que uno tiene derecho
de entrada al próximo curso. Al decirlo no pretendo que se desestime la
evaluación del aprendizaje o se deje de lado el proceso de selección en las
universidades o en el mercado de trabajo. Sólo quiero llamar la atención a lo
aberrante que se ha vuelto la educación, desde que el aprendizaje se hace más
desde la consideración de las buenas o malas calificaciones, que desde el
interés en aprender.
Es tan difícil cambiar
nada en la educación, que estoy llegando a pensar (a diferencia de otros
tiempos, en que era optimista) que, así como se ha hablado de un
complejo-militar industrial en el cual se confunden la violencia consciente y la tiranía del dinero,
tal vez debamos preguntarnos si la educación no sea (a sabiendas o no) el brazo
secreto de este sistema opresor: una institución cómplice del sistema
económico, que en vez de ayudar a la conciencia humana y al equilibrio de la
sociedad está sirviendo a la perpetuación del statu-quo a la vez que,
hipócritamente, sirviendo a la ignorancia (en el sentido más profundo de la
palabra, que no dice relación con la alfabetización, sino con el entender lo
que nos pasa y lo que pasa en torno a nosotros). El que comprende a fondo lo
que pasa no puede dejar de conmoverse y de sentir que hay una tragedia
implícita en la disfunción de nuestro sistema educacional. A mí, por de pronto,
lo que percibo me mueve a hablar más y más.
La
crisis de la educación, que no es la crisis de los estudiantes, hace manifiesto
un mal muy antiguo, pero poco aparente y tiene su lado positivo-- pues es bueno
que ahora el mal se haga presente. Es como el dolor de un oído que hace sentir
que se necesita un cirujano. Aunque hayamos estado ya desde mucho tiempo atrás
perpetuando una educación obsoleta, ya ésta no se le puede meter a la fuerza a
la generación que viene y eso es bueno. Hace pensar en algo que ahora se cita
muy a menudo: cómo la palabra “crisis” en el libro chino de los oráculos (el
I-Ching, en el que hay un hexagrama que lleva ese nombre) se compone de dos
ideogramas superpuestos, que significan “peligro” y “oportunidad,”
respectivamente. Tal es la naturaleza de la crisis. No se trata sólo de una
cosa mala, sino que hay en ella un potencial: un descubrir que es necesario el
cambio; un hacerse obvio que es necesario el cambio.
Naturalmente la crisis
de la educación no es una cosa aislada, sino un aspecto del funcionamiento de
una sociedad en que prácticamente todas las instituciones están en crisis. Ya
he reiterado lo escrito hace unos diez años “La Agonía del Patriarcado”
acerca de cómo nuestra crisis no es sólo del capitalismo, de la mentalidad
industrial (como había propuesto Willis Harman años antes) o cosa de
explotación como proponía Marx. Decía en él que la crisis está resultando de la
quiebra de algo mucho más antiguo--un viejísimo sistema que fue, durante algún
tiempo, funcional, pero que se ha tornado peligrosamente obsoleto. Podemos
llamarlo el sistema patriarcal o el sistema de autoridad patriarcal-- un
sistema eminentemente jerárquico, a diferencia de lo que podría ser un sistema
heterárquico como el que algunas empresas están empezando a explorar--en que se
distribuye la autoridad de tal modo, que distintos departamentos la ejercen
respecto a distintas cosas, en una red más horizontal.
Siempre inspiró mi
trabajo esta visión, que me llegó cuando joven ( tanto a través de un hombre de
conocimiento chileno que había alcanzado “el equilibrio de los tres”en sí
mismo, como a través de Gurdjieff, que hablaba de una falta de integración
entre nuestros tres cerebros) y, hoy en día, no puedo dejar de sentir que
conviene tener presente que nuestra educación problemática es esencialmente una
educación patriarcal. Lo que implica no sólo que esté al servicio de un
implícito autoritarismo-- que pervierte nuestras intenciones democráticas--
sino que conlleva una tiranía de lo racional por sobre lo afectivo y lo
instintivo.
La aspiración a armonizar y
equilibrar las partes intelectual, emocional, instintiva de nuestra naturaleza
recibe hoy en día amplia aceptación y tal vez sea ello lo que principalmente se
quiere decir al hablar de un programa holístico. La idea de integrar las
instancias psíquicas freudianas, por otra parte, no es menos relevante al ideal
de transformar nuestra tiranía interior en una heterarquía trifocal y hoy en
día se ve apoyada por terapias derivadas del psicoanálisis, como notablemente
el Análisis Transaccional (a pesar de su nomenclatura algo diversa de padre,
niño y adulto). Aunque la noción de un equilibrio interno de subpersonalidades
relacionadas con el padre, con la madre y con el hijo sea algo familiar para
muchos psicoterapeutas que observan el proceso de cura, no sólo ha recibido
poca atención hasta ahora, sino que no se ha planteado como propósito explícito
de la educación o de la terapia. Creo que sea, sin embargo, una idea fecunda.
Decía que la educación
patriarcal, que es la que conocemos desde siempre, es una educación
predominantemente intelectual, en la que los demás aspectos del ser humano son
desestimados. Es este claramente el caso
de la función materna interior, que tiene que ver con ese cerebro límbico, ligado al amor, que compartimos con nuestros
antepasados mamíferos. Es poco decir que ésta que se ve muy descuidada, pues
hoy en día sabemos que le acarrea daño al
sistema subcortical la forma en que la medicina ha dispuesto nuestra
entrada en el mundo, comenzando por el nacimiento mismo (innecesariamente
traumático en una medida que se desconoce) y siguiendo por el período de
lactancia (en que no se respeta suficientemente el establecimiento del vínculo
natural entre la madre y el hijo). La forma tradicional y establecida de
crianza, entraña ya una gran insensibilidad y la escuela viene a rematar esta
postergación de lo afectivo, pues nada necesitaríamos tanto como una educación
afectiva o interpersonal; una educación de esa capacidad amorosa, que es la
base de la buena convivencia y la participación en la comunidad – y que tan
críticamente está faltando en el mundo.
Hoy
en día el Dalai Lama está en gira mundial diciendo, en palabras muy
conmovedoras - porque son palabras muy simples pero también muy profundamente
experimentadas, muy apoyadas en su sabiduría personal - que hay que ser más
bondadoso, que hay que ser mejor
persona. Lo dice con tanta integridad, con tanta convicción y desde tal
claridad, que esta idea tan sencilla y nada de original llega a tener impacto.
Y eso es una gran cosa, porque pareciera que por atender a muchos asuntos
complicados, estuviésemos desatendiendo esta cosa tan simple. Pero el que
podamos sobrevivir a la actual crisis del mundo depende mucho de que alcancemos
una dosis un poco mayor de benevolencia, un nivel más apreciable de compasión y
simple bondad. Sin esa bondad, toda la información técnica posible no va muy
lejos.
Porque
la recuperación de la calidad amorosa tiene mucho que ver con la psicoterapia,
se necesita una re-educación emocional y por ello se necesita algo que la
educación actualmente rechaza -- los educadores no quieren oir hablar de
terapia. Ya hablaré de ello. Pero antes quiero señalar que también la educación
necesita volver a ocuparse de la dimensión profunda del ser humano. Esta
dimensión profunda es lo espiritual y originalmente la educación era para eso;
las primeras escuelas en nuestra cultura(quiero decir la civilización cristiana
occidental) surgieron en la
Edad Media, en torno a las iglesias y las primeras
universidades en torno a las catedrales. Las escuelas se orientaban, sobre
todo, a que el individuo recibiese una influencia que lo hiciera mejor persona;
lo cual, en el cristianismo antiguo, se interpretaba obviamente como ser mejor
cristiano. Ser mejor persona entonces, era ser una persona que sigue un camino
de amor y busca servir la voluntad de Dios, en tanto que combate sus excesos
egoístas. Pero con el paso del tiempo la religión se fue transformando más y
más en algo contaminado por el mundo, en un sistema de poder patriarcal, como todas
las demás instituciones. Y cuando llegó el Renacimiento ya la gente estaba
bastante harta de los excesos del cristianismo y surgió entonces una gran
hambre de saber y un deseo de recuperar el nexo con el espíritu de la cultura
greco-romana, eclipsada durante los siglos más recientes Así surgió el
Humanismo, y el Humanismo fue una gran inspiración para muchos. Hubo gente,
como Erasmo, y antes que él Picco de la Mirándola, Marsilio Ficcino y otros en la gran
cultura florentina, que inspiraron un re-descubrimiento de la antigüedad, con
lo que volvimos a estudiar los clásicos con el deseo de entender la sabiduría
de los viejos filósofos y literatos; entender tantas cosas que habían sabido
los antiguos y que habían sido olvidadas o dejadas por una cultura demasiado
austera en su deseo de ser extra mundana.
Entonces
surgió una educación muy rica, en que se integraba por primera vez el legado de
las dos civilizaciones de las cuales la nuestra es heredera, la judeo-cristiana
y la greco-romana. Pero esta educación también fue decayendo, se fue
transformando en una cosa inerte y repetitiva, en un lujo, en un adorno, en
algo encaminado al prestigio de la cultura, como típicamente en la educación de
un gentleman -- la educación de caballeros- en último término, vanidad. Poco
a poco, la gente llegó a estar ya más
interesada en leer latín y griego que en poder absorber la sabiduría de los
antiguos.
Nuevamente
se transformó la educación al llegar la Revolución Francesa,
en un tiempo que coincidió con un apogeo de la ciencia en la cultura. Ya la
ciencia experimental había tenido un tiempo de incubación desde Bacon y
entonces, con la
Revolución Francesa, los que llegaron al poder con una gran
capacidad de hacer cosas radicalmente diferentes, llamaron a las escuelas a personas que no tenían experiencia
en enseñar, pero sí que sabían química, sabían paleontología, sabían biología.
Llamaron a gente de la escuela de Cruvier, de la escuela de Laplace, etc. A
medida que las ciencias entraron en el curriculum, las humanidades perdieron
peso. Hacia falta, hasta cierto punto, pues como tenemos dos cerebros,
izquierdo y derecho con funciones predominantemente analíticas y sintéticas,
respectivamente, se puede concebir como deseable un equilibrio entre lo
científico y las humanidades. Pero de acuerdo al espíritu de la cultura
circundante (es decir, por el mundo tecnológico, por su fe en el progreso
científico y la ecuación de progreso científico por el bien futuro del mundo)
se desplaza el énfasis hacia lo científico. Y llega luego en la historia de la
educación el momento en que se produce la separación del estado y la iglesia:
una gran liberación en vista del factor limitante del poder eclesiástico de ese
momento, pero también una pérdida agudamente descrita con una frase inglesa,
para la cual haría falta un equivalente en castellano. Se habla en inglés de
“deshacerse del nene junto con el agua del baño.” Así como en el intento de
arrojar fuera el agua del baño, se puede descuidadamente tirar también el bebé
(“throwing the baby with the bath of
water”.) Ocurrió algo así en la educación: tan unida estaba, a través de
los siglos, la idea de espiritualidad con la idea de la iglesia cristiana, que
no se concebía otra educación espiritual que aquella de las antiguas clases de
religión.
Pero
no es así el caso. Tenemos hoy entre nosotros un vasto legado espiritual
procedente de todos los tiempos y lugares y alguna vez le oí decir al obispo
Bishop Myers, de la catedral de San Francisco en California, a quien conocí de
cerca (y con asombro, porque nunca le había oído decir algo semejante a un
lider cristiano): “No nos podemos permitir menos que hacernos herederos del
acervo cultural completo de la humanidad.” Lo que equivale a decir que ya no se
justifica que por un sectarismo limitante, desconozcamos el pensamiento de
Lao-Tse, como el de Buda, o de Mahoma. Debemos aspirar a una cultura universal
en la cual ha de destacarse el mensaje de los grandes genios espirituales, los
fundadores de religiones, los grandes mensajeros, los grandes inspirados, los
grandes profetas de todas las culturas, pues ellos han sido los máximos
enseñantes y una educación sensata tiene que hacer mucho más que informar de
guerras y combates. Más que exaltación patriótica, por lo demás, necesitamos
comprensión de la historia de la cultura y especialmente de la cultura
espiritual universal. Y no sólo eso, sino que una cultura apoyada en la
experiencia: una cultura en que pudiera haber talleres en que los muchachos
pudieran experimentar los ejercicios espirituales básicos, las formas de
meditación características de las distintas culturas. Así la persona que
atraviese por un establecimiento educacional, saldría sintiendo que algo le
tocó, en especial le gustaría investigar más algo, siente que algo puede servir
a su ulterior desarrollo. Y así, al salir a la vida, puede buscar más de eso.
Así como en los lugares donde elaboran vinos se ofrecen la oportunidad de
probar los vinos de las distintas cosechas. ¿Por qué no en la educación? Podría
ello dar a conocer los sabores de distintas experiencias religiosas, de
distintas prácticas espirituales.
Tal
cosa hasta ahora no se hace porque el tabú a la espiritualidad no lo ha
permitido: no ha permitido re-importar, en forma novedosa y creativa, la
espiritualidad. Algo semejante,
me parece, ha ocurrido en el mundo de lo terapéutico.
Actualmente
hay un gran tabú a lo terapéutico, un tabú que a veces toma la forma de “no
queremos complicaciones”, “qué pasa si los muchachos empiezan a hablar de lo
que pasa en la casa y luego los padres vienen a reclamar”, “seguramente a
algunos padres no les va a gustar que se compartan en la escuela cosas de su
vida familiar”, pero utilizan toda clase de excusas, y pesa en ello el sentir
los maestros que no tienen la capacidad de hacerle frente a la olla de
grillos que se abrirí, y temen que el caos potencial que podría resultar de
demasiada verdad, interferiría con su tarea de instruir.
Yo
creo que la historia de esto es que hubo un interés por parte de los educadores
en aprender algo del psicoanálisis cuando
éste hizo su entrada en el mundo con la pretensión de haber descubierto
las grandes verdades del mundo psíquico. Pero hoy día sabemos que el
psicoanálisis se adelantó mucho en sus pretensiones y que la suya fue una
formulación muy dogmática y podemos ver, retrospectivamente, que el mundo
ingenuamente creyó ese dogmatismo y luego se desilusionó. Hubo experiencias
radicales, como típicamente la de Summerhill, de O’Neal--reichiano entusiasta,
que llevó hasta niveles poco conocidos la permisividad. Pero con sólo
permisividad e ideas freudianas no se llega muy lejos. La educación es algo más
complejo y yo creo que tuvieron buen sentido los educadores al establecer una
distancia con respecto a una posible invasión
por parte de la autoridad psicoanalítica. Porque es un sistema muy autoritario
el del psicoanálisis, que es como una iglesia que se mueve sobre la base de una
fe. Solamente se está tornando plenamente visible eso ahora, cuando esta
escuela, que era un bloque monolítico, se ha desmembrado en muchos y el grado
de discrepancia entre las ramas o variedades del psicoanálisis actual es tal,
que ya no puede decirse que ninguna de las ideas fundamentales características
(como el instinto de muerte o el complejo de Edipo) ha sobrevivido en términos
de aceptación generalizada.
Hubo otros intentos de
traer la psicoterapia a la escuela en la década de los 60, yo fui testigo de
ello en Estados Unidos, porque me tocó ser parte de ese movimiento humanista.
Hubo entusiastas que llevaron los grupos de encuentro, rogerianos y otros así
como el "sensitivity training", a las escuelas, pero tampoco eso fue
muy convincente. Se abrían más problemas de los que se cerraban; algunas
personas se interesaban mucho, pero otros resultaban heridos o se mostraban
antagónicos.
Yo diría que de estos
intentos de traer lo psicológico, en forma prematura a la educación, resultó
una reacción alérgica. Quedó inoculada la institución, que quedó diciendo “no,
no, no, cuidado”. Ahora tenemos mejores medios, hoy hay mejores recursos, pero
todavía no han llegado a los educadores, no han llegado a las universidades
siquiera, porque las universidades llegan generalmente tarde a algunas cosas.
Hay cosas que se descubren más fuera de la universidad que dentro.
Decía uno de mis
profesores, que era un también un político chileno, Eduardo Cruz Coke, un
hombre muy inspirado que enseñaba bioquímica en la escuela de medicina: “Cuando
se descubra un remedio contra el cáncer seguramente no va a ser en ninguno de
los centenares de institutos para investigación sobre el cáncer, se va a
descubrir fuera, en los intersticios de lo institucional”. Hay mucha verdad en
eso y en la psicología ya se ha visto confirmada, pues el mundo académico es el
último que se ha enterado de los aportes al desarrollo humano que
verdaderamente valen la pena. Y es que el mundo académico sufre de las
perversiones del mundo patriarcal. Hasta leer a Freud ultimamente--para mí, que
fui alguna vez un freudiano ferviente, ya que mi primera educación fue
psicoanalítica, antes de pasar a la gestalt y a otras cosas-- me hace sentir
una combinación de admiración con vergüenza, porque hay en su manía teórica
tanta desconexión de lo obvio.
Me recuerda el
cientificismo patriarcal de nuestro medio académico el famoso chiste del alemán
que tenía una forma muy sistemática y rapidísima de aprender idiomas. Le
explicaba su método a un amigo (con su marcado acento alemán): " primero, un día para el verbo;
luego, un día para el sustantivo; el tercer día, para el adjetivo, y el cuarto
para las preposiciones, conjunciones e interjecciones. Y por último varios días
dedicados exclusivamente al vocabulario:
mucho, mucho vocabulario, para metérselo todo (apuntando hacia la propia
cabeza) en el culo".
El inconsciente
dogmatismo que nos hace reir en esta personificación de un intelectualismo
rígido, no difiere en esencia del que contamina hoy e la psicología oficial:
habla ella (como Freud, pese a su notable legado) con la certeza propia de
quien se siente dueño de la verdad y esta misma certeza le permite proclamar
errores fundamentales.
Creo, entonces, que la
educación necesita superar estos dos tabúes: el tabú contra lo terapéutico y el
tabú contra lo espiritual. Y ya eso
sería obstáculo suficiente. Pero aunque se superaran esos tabúes, queda aún
otro obstáculo: basta con que haga uno presente el ideal de una educación holística con alguien que trabaje en la
burocracia de la educación, para que nos diga, de una u otra manera: “Pero ¿de
dónde vamos a sacar el dinero para una reforma tan fundamental?”
Porque si hemos de
tener una educación orientada al desarrollo humano, deberemos pasar del
monopolio del intelecto a una pedagogía muy económica en lo tocante a teoría;
una educación muy cuidadosa de evitar la redundancia, que se apoye en lo
posible los ordenadores o en lo audiovisual, para no desperdiciar a los
maestros encomendándoles, como hoy se hace, una función casi mecánica. Habría
que devolverles a los maestros la función propiamente humana de la reeducación
interpersonal y la ayuda al desarrollo de las comunidades (apenas aproximadas
por la actual noción de una educación de los valores, a pesar de las buenas
intenciones que ésta entraña). Y la propuesta de encaminarnos a una educación
verdaderamente más relevante a la vida, tendría que privilegiar el
autoconocimiento, lo que significaría, junto al propósito de una educación para
la convivencia feliz, una reeducación importante de los educadores. Pues no
debemos engañarnos: el autoconocimiento es algo a lo que rendimos homenaje sólo
de palabra; ya que nos consideramos herederos del oráculo de Delfos, de
Sócrates y del resto de los filósofos antiguos, todos estamos de acuerdo que la
preocupación exclusiva con el conocimiento del mundo externo en los albores de
la filosofía fue superada cuando el hombre, capaz de autoreflexión, empezó a
interesarse en el conocimiento de sí mismo. Pero, ¿cómo se toma en cuenta este
alto ideal del autoconocimiento en la educación que actualmente se ofrece? Ni
siquiera cuando se ofrece un ramo designado como “psicología” se trata en
realidad de una disciplina de autoconocimiento, sino que más bien de la
exposición de teorías varias de los conductistas, de la psicología dinámica, el
constructivismo y otras escuelas; pero no una psicología viva, que ayude a los
alumnos a enfrentarse con su realidad.
Y sin embargo es
posible incorporar el autoconocimiento al currículo y a la objeción de que una
complementación de la actual formación de profesionales sería muy costoso puedo
responder (y esto es lo más importante que puedo decir) que me consta que no es
así. Sé muy bien que se puede hacer en forma económica, porque he comprobado
una y otra vez que aquello que falta en los actuales programas de formación de
profesores, se puede concentrar en un currículum suplementario de autoconocimiento,
reeducación interpersonal y cultura espiritual que no requiere mas que unos 10
días al año, en tres módulos sucesivos.
¿Por qué lo digo con
tanta seguridad? No porque haya hecho el experimento con un grupo homogéneo de
educadores, pero por haber hecho algo muy semejante con terapeutas. Y he
desarrollado una manera de enseñarle a los terapeutas (en formación o ya
formados) a servir más eficientemente a través de un aprendizaje que no es
solamente técnico, sino que se apoya principalmente en experiencias personales
relevantes—comenzando por la comprensión de sí mismos, que es el fundamento
indispensable para comprender a los demás y también una de las bases para
desarrollar un interés benévolo en otros.
Muchos educadores han
venido a mis cursos y todos salen sintiendo que esto es lo que la educación
necesita: una inyección espiritual universalista y no dogmática que incluya
prácticas concretas que sirvan al cultivo de la mente profunda (comenzando por
el cultivo de la atención) y un proceso de autoconocimiento guiado, que lleve
no sólo a cambios de conducta, sino a esa transformación más profunda que es la
esencia de la maduración propiamente humana.
Tal vez se pregunte
quien me escucha cuál ha sido el secreto y lo explicaré en breve: el que se
pueda hoy en día lograr un profundo impacto transformador y humanizante en tan
breves intervenciones se debe, en parte, a la existencia de recursos hasta
ahora desconocidos (como la
Psicología de los Eneatipos) o desaprovechados(como la
meditación o la terapia gestaltica),en parte a recursos nuevos( como cierto
tipo de teatro terapéutico que se apoya en la Psicología de los
Eneatipos o en nuestro laboratorio de Psicoterapia Integrativa) como también en
parte a la organización de tales recursos en un todo, cuyo efecto va más allá
de la suma de sus partes. Hasta cierto punto, además, ha sido el resultado de
la evolución de un proceso vivo y de la creciente experiencia, tanto mía como
de las personas que han colaborado conmigo como docentes.
Sería largo describir
el mosaico que integra el programa de auto-conocimiento y re-educación
interpersonal que desde hace unos 12 años he venido realizando en forma de
encuentros residenciales en tres módulos anuales consecutivos. Basta con decir
que ha sido alabado como un proceso de humanización y apertura al amor y que,
desde otro punto de vista, bien podría describirse como un “molino de moler
egos”, pues se inspira en una visión del camino espiritual como un despertar, a
través de la conciencia del ego, a la conciencia del ser, y se implementa a
través de un proceso grupal guiado de insight (interpersonal e intra-personal),
confrontación de la propia personalidad, cultivo de la neutralidad e inhibición
voluntaria de las necesidades neuróticas (los pecados u obstáculos de las vías
tradicionales).
La parte teórica que
complementa la combinación de trabajo meditativo y terapéutico en el programa
comprende, entre otros aspectos, la aplicación del Eneagrama a la personalidad
– herencia de Oscar Ichazo, que he ido refinando en el curso de los últimos
treinta años y que se hace fuertemente presente en la mente de los
participantes como mapa de trabajo aplicado a diversas circunstancias – desde
ejercicios terapéuticos interpersonales al teatro, la vida en comunidad y aún los
trabajos psico-corporales.
La influencia
fundamental, a través de la evolución de mi actividad, ha sido la de Gurdjieff
quien subrayaba un trabajo en todos los niveles (o centros): la acción, la
emoción y el intelecto – y que subrayaba el cultivo de la atención: el estar
presente y despierto aquí y ahora. Fue natural, entonces, que utilizara, para
el aspecto motriz, los “movimientos” originados por Gurdjieff mismo. Los dejé,
sin embargo, poco después de la llegada a California desde Taiwan del maestro
taoista Ch’u Fang Chu, cuyo alto nivel de competencia en el Tai Chi y prácticas
asociadas quise aprovechar. Después de su muerte he contado con la colaboración
de Gerda Alexander (originadora de la Eutonía), de Graciela Figueroa (bailarina y
maestra de Rio Abierto) y otros.
Lo más relevante de
decir, sin embargo, es que, así como los aparatos electrónicos, que con los
años se van haciendo a la vez más pequeños y más eficientes, este programa que
empezó durando tres meses (espaciados en tres años) se ha reducido a tres
reuniones anuales de diez días, precedidas por un programa introductorio de
cinco – haciéndose a la vez más potente en sus resultados, tanto así, que en
España se ha comentado la influencia favorable del programa SAT en el nivel de
competencia profesional del país.
En España, como en
Brasil, la ley de educación ha introducido el concepto de “transversalidades”:
aspectos de una educación ética orientada hacia a valores universales que se
espera que los profesores puedan impartir a través de la forma en la cual
llevan a cabo el currículum tradicional.
Magnífica concepción,
en verdad – que trasluce la intuición de que la educación se hace a través de
un contagio personal de sabiduría y amor, en parte espontáneo. En la práctica,
sin embargo, sólo sabe aprovechar las circunstancias para inculcar valores
quien ya los encarna – y para llegar a encarnarlos no basta esa combinación de
instrucción y sermón que se llama “educación de los valores.”
Para llegar
efectivamente a ser más solidario o generoso, por ejemplo, no basta albergar la
convicción de que la solidaridad o generosidad son importantes y por ello la
mera exhortación no llega muy lejos, a la vez que la inspiración posible de
transmitir a través de razones o bellas palabras es limitada. Así como la vida
procede sólo de la vida, la conciencia sólo puede ser despertada por la
conciencia. Se necesita, por lo tanto, de un tercer elemento entre los ramos
del curriculum clásico y de esa educación en los valores que se pretende llevar
a cabo a través de las transversalidades: la transformación del educador
– que hace necesario el proceso de desidentificación de sus condicionamientos
infantiles (o “ego”) y la liberación de su ser esencial.
Lo más importante que
puedo aportar, por el momento, es la noticia de que esto sea posible de hacer
en forma relativamente breve y económica – pues lo digo tras una docena de años
que vengo comprobando que la mayoría de las personas que atraviesan por
nuestros cursos no sólo sale con una mayor capacidad de ayudar a otros, sino
que sintiéndose en un nivel de vida diferente.
A los 67 años de edad,
voy naturalmente en retirada, comenzando a delegar mi trabajo en mis
discípulos. Desde años atrás vengo sintiendo la satisfacción reiterada de poder
ayudar efectivamente a muchos y sentirme bañado en su gratitud y justo en el
momento en que siento que el programa SAT, refinado de año en año, llega a la
condición de un fruto maduro, me parece como si desprendiéndose del árbol que
le ha dado origen, quisiese caer en un terreno diferente al de su origen.
Me complace pensar que
la profunda experiencia de transformación que ha servido a los terapeutas para
un mejor desempeño de su oficio pueda algun día servir también a los educadores
y que, a través de ello, sirva también para traspasar o transformar las
limitaciones de un sistema implícitamente opresor que, perpetuando nuestra
ignorancia fundamental, milita contra la salud de nuestras relaciones.
CLAUDIO NARANJO
No hay comentarios:
Publicar un comentario