miércoles, 15 de mayo de 2013

Las encuestas de opinión - Consideraciones metodológicas

I. Concepto general de la encuesta como técnica de investigación

La encuesta es una técnica de investigación social que permite conocer las opiniones y actitudes de una colectividad por medio de un cuestionario que se aplica a un reducido grupo de sus integrantes al que se denomina «muestra». Esta técnica se usa con frecuencia en las campañas electorales.

Quienes no han estudiado estas disciplinas cuestionan la validez de esos datos argumentando que lo que dicen unos pocos cientos de personas no permite saber lo que opinan cientos de miles de ellas y elucubran acerca del tamaño de la muestra, su confiabilidad y otra serie de temas. Normalmente imaginan que los procedimientos que deben conducir a la elaboración de una muestra son casi mágicos.

La verdad es que tendríamos una muestra perfecta si lográramos hacer un sorteo en el que todos los electores de un país tuviesen exactamente la misma posibilidad de ser entrevistados. La mejor muestra sería fruto del azar más completo.

En la práctica, esa igualdad de posibilidades no se da. Es más fácil encuestar a los habitantes de las ciudades que a los campesinos, a los de los barrios de clase media que a los de clase alta, etc. En la medida en que el azar total no funciona, los encuestadores toman una serie de medidas técnicas y hacen cuotas para que no sean entrevistados solamente los que tienen más posibilidad de serlo.

Las encuestas electorales están en el ojo de la polémica electoral contemporánea. Desde tiempos inmemoriales los seres humanos tenemos temores y actitudes mágicas frente a los instrumentos que parecen predecir el futuro. Esta tensión instintiva sumada a las pasiones de la lucha por el poder forman una mezcla explosiva que detona en cada campaña electoral.

Las encuestas son conocidas por el escándalo que produce en las campañas la publicación de la simulación electoral, que es una pregunta del formulario que averigua cómo votarían los ciudadanos si las elecciones fueran el día en que se realiza la encuesta. Los candidatos se obsesionan por esa pregunta. Los porcentajes producen polémicas estridentes. Unos dicen que según «sus» encuestas ganan, otros que las encuestas publicadas son falsas, otros que no creen en las encuestas. En varios países de América Latina se han hecho cuñas de televisión hablando de «verdaderas encuestas» y otros disparates.

Los temores mágicos han puesto el foco de la polémica en lo intrascendente y no en lo de fondo. Las encuestas son muy útiles para ganar una elección si se las usa como lo que son: una técnica de investigación. Su fuerza está en la cantidad y calidad de la información que proporcionan a quienes elaboran las estrategias electorales.

En una época en que la democracia se ha ampliado y los países no solo se manejan de acuerdo a lo que dicen las élites económicas o intelectuales, una campaña electoral necesita conocer lo que opinan los ciudadanos comunes acerca de los más diversos temas. La única forma de hacerlo es a través de la investigación científica y la herramienta privilegiada de ese tipo de investigación es la encuesta electoral.

II. Antecedentes históricos sobre la técnica de las encuestas.

Originalmente las encuestas se aplicaron a la política por iniciativa de medios de comunicación colectiva que pretendían predecir resultados electorales.

La primera encuesta de que hay noticia la aplicó el periódico Harrisburg Pennsylvanian en 1824 averiguando las preferencias de los ciudadanos de Wimiltown en Estados Unidos. En 1880 fue un grupo de periódicos integrado por el Boston Globe, el New York Herald Tribune, el St. Louis Republic y Los Angeles Times el que realizó una nueva encuesta, consiguiendo un aceptable éxito; sus porcentajes se ajustaron bastante a los obtenidos por los candidatos el día de la elección.

En 1936, la revista Literary Digest intentó hacer su propia encuesta enviando a diez millones de norteamericanos formularios para que los llenasen por sí mismos. El resultado fue catastrófico. Esta experiencia demostró que no es el tamaño de la muestra sino el nivel técnico de quienes la elaboran lo que determina la proximidad de los resultados de la encuesta con los de la elección.

En la década del treinta la señora Alex Miller que pretendía ser Secretaria de Estado en Iowa, contó con el apoyo técnico de las encuestas de su yerno George Gallup para su campaña electoral. Gallup hizo posteriormente su tesis doctoral sobre técnicas de muestreo y fundó una de las empresas de encuestas más famosas del mundo. En esos mismos años surgieron otros grandes encuestadores como Elmo Ropper, que dieron mayor prestigio científico a las encuestas de opinión pública.

Desde entonces en los Estados Unidos las encuestas han servido como instrumento de tecnificación de las campañas electorales y como ingrediente de un periodismo moderno, más preocupado por la opinión pública.

En los Estados Unidos se celebran centenares de elecciones y consultas populares todos los años desde hace muchos años. Esta amplitud y permanencia de la democracia ha permitido que en ese país las técnicas electorales se hayan sofisticado como en ningún otro lugar del mundo. A partir de la campaña del Presidente Kennedy, la mayoría de los políticos norteamericanos comprendieron la utilidad de este tipo de estudios, y actualmente no existe ningún candidato medianamente serio que al iniciar su campaña no proceda a conformar un equipo de consultores profesionales que le asesoren entre los cuales, inevitablemente, está al menos un experto en encuestas.

A partir de la formación de la American Asociation of Political Consultants en los años sesenta, la consultoría política se ha profesionalizado. En la política norteamericana actual nadie duda de la importancia de estos profesionales en campañas electorales y existen varios centenares de empresas dedicadas exclusivamente a la política práctica.

En el intento de avizorar el futuro, la suerte de las encuestas ha sido variable. Por lo general, los sondeos han previsto los resultados electorales aunque a veces han fallado estrepitosamente, como en 1948 cuando todas las empresas predijeron la derrota del Presidente Truman, o como en las elecciones nicaragüenses de 1990, en que la mayor parte de las empresas encuestadoras predijeron el triunfo Sandinista sobre Violeta Chamorro.

En la mayor parte de los países de América Latina las primeras encuestas se aplicaron patrocinadas por medios de comunicación colectiva. En estos días son muchos los periódicos y canales de televisión que publican encuestas cuando llegan las elecciones. Algunos medios de comunicación modernos usan regularmente estudios de opinión pública para otros temas que no son estrictamente electorales, pero que son cada vez más importantes para comprender la política contemporánea.

Actualmente en América Latina son pocos los políticos que manejan bien las encuestas y la consultoría política para orientar sus campañas electorales, aunque en los últimos años, en la mayoría de las campañas han participado consultores que basan sus estrategias en los resultados de investigaciones técnicas.


III. Lo que no son las encuestas

En torno a las encuestas electorales circulan algunas ideas equivocadas a las que nos referiremos brevemente.

Ante todo, las encuestas no expresan las preferencias de quienes las hacen. Puedo ilustrar con mi experiencia personal: a través de los años he hablado con políticos que me agradecen porque los resultados de una encuesta que publiqué les son favorables o que se enojan porque les son adversos. Ambas actitudes son erróneas. Soy un profesional en la materia y mis estudios reflejan simplemente lo que encuentro a través de la investigación más allá de mis simpatías o antipatías. La encuesta, si está bien hecha, no debe reflejar los sentimientos ni negativos ni positivos de los encuestadores.

Hay otro error muy común entre políticos y periodistas: creen que la principal información que aporta la encuesta consiste en adivinar el porcentaje de votos que obtendrá el candidato el día de la elección. Creen además que ese porcentaje corresponde al que obtiene en la simulación. No saben que el resultado de esa pregunta es solamente un dato de los tantos que aporta la encuesta y que los números deben ser leídos por especialistas que saben interpretarlos.

Muchos creen que simplemente es cuestión de leer los porcentajes, pero quien se fía de la interpretación de una encuesta hecha por periodistas comete el mismo error que el que cuando se siente enfermo, entrega los resultados de sus exámenes de sangre y radiografías a la prensa para que le diagnostiquen. Se equivoca: esos exámenes debe interpretarlos un médico.

Tanto para el político, como para el lector o el televidente, es más importante conocer las razones por las que los ciudadanos están votando de determinada manera, la dirección en que se mueven, los efectos de los hechos políticos, los aciertos y equivocaciones de cada uno de los actores en la campaña electoral, que saber lo que ocurriría si las elecciones fueran el día en que se aplica una pregunta.

La encuesta electoral, por lo demás, es una especie de foto.

Sólo tiene sentido si se puede imaginar cuál es la película de la que forma parte. Si un candidato tiene el 15% de las preferencias electorales, la cifra puede ser buena o mala. Una cosa es tener ese 15% después de haber obtenido en la anterior encuesta un 30% y otra si antes tenía un 5%. En el un caso 15% es muy malo y en el otro muy bueno. Un solo número no da información suficiente para evaluar la situación de un candidato porque no permite apreciar los movimientos.

El público en general y los medios de comunicación en particular, creen que lo importante es que la encuesta adivine el futuro. Algunos medios de comunicación proponen la realización de verdaderos concursos: veamos cuál encuestadora se acerca más a los resultados finales con la mayor anticipación posible. Este es otro error. Hay varios problemas para que las encuestas cumplan con ese cometido.

En los procesos electorales latinoamericanos muchos ciudadanos se mantienen indecisos hasta el final. En la mayoría de nuestros países la lealtad partidista es baja y los votantes muy volubles. Nuestras sociedades son enormemente heterogéneas y en todas nuestras ciudades hay zonas difíciles de encuestar por su peligrosidad. Pretender que una encuesta adivine los porcentajes de una elección es absurdo.

En los países en los que el voto es obligatorio las encuestas tienen menos precisión. Muchos votantes (aproximadamente un diez o quince por ciento), deciden finalmente su voto el día de la elección. Generalmente están allí por cumplir un requisito y evitar una multa y les da lo mismo votar en cualquier dirección. Con su voto pueden inclinar la presidencia del país a favor de un candidato, aunque no tienen interés ni siquiera en opinar sobre el tema.

Que lo haga con semanas de anticipación es también poco lógico. Los resultados de una encuesta son más aproximados mientras menor es la distancia entre la fecha de la encuesta y la de la elección. Cada nuevo día es un espacio para lo imprevisto. Algunos candidatos guardan sus peores ataques para el último momento y a veces logran alterar a los votantes. A las únicas encuestas a las que se les puede pedir una mayor precisión es a las «exit poll», encuestas hechas en la puerta de los recintos electorales.




Hay finalmente un voto escondido que no aparece en las encuestas y que respalda a candidatos enfrentados totalmente a un sistema. Es el caso de “Out Siders” como Fujimori en Perú o Bucaram en Ecuador o candidatos como Violeta Chamorro en Nicaragua enfrentada a un gobierno totalitario. Los encuestados en esas circunstancias mienten y los números de las encuestas fallan.

Las encuestas ayudan a comprender la realidad, a establecer tendencias, a analizar lo que ocurre dentro de un proceso electoral, a ganar elecciones elaborando estrategias, pero no para adivinar el futuro.

IV. ¿Para qué sirven las encuestas?

La distancia que existe entre el mundo de los políticos, periodistas, intelectuales y personas interesadas en los juegos del poder y los ciudadanos comunes, es enorme. El mundo del poder juega y se reproduce a sí mismo sin tomar en cuenta que muchos de sus temas obsesivos son irrelevantes para los electores comunes.
Los debates en los que los políticos se juegan por entero, son poco o nada conocidos por las grandes mayorías y carecen de interés para ellas. En nuestros países las intensas polémicas personales, en la mayoría de los casos, solo interesan a sus protagonistas y desprestigian al sistema democrático sin fortalecer a sus protagonistas ante la mayoría de los votantes.

Si un político quiere salir del pequeño mundo creado por su entorno y comunicarse con los electores, lo único que puede hacer es contratar estudios periódicos realizados por profesionales que le ayuden a comprender lo que piensa y quiere la gente.

La experiencia de la mayoría de los consultores políticos profesionales coincide en un punto: buena parte del dinero que se gasta en una campaña electoral o en una campaña gubernamental de imagen se desperdicia si la acción no está orientada por una buena investigación.

Muchos discursos, cuñas y comerciales de una campaña que no se asientan en una buena investigación, se dirigen más a satisfacer los nervios del candidato y a fastidiar al adversario que a ganar votos.
Las campañas primitivas empiezan con una serie de lugares comunes que inician el despilfarro de recursos. Parecería que todo es perfectamente conocido y que todos los amigos y parientes del candidato son consultores profesionales. La esposa es experta en finanzas, el hermano en cuñas electorales y el enamorado de la hija en estrategias electorales.

Ante todo, se arma un equipo de colaboradores cercanos al candidato y se actúa a la luz de una serie de prejuicios que nadie cuestiona. «Hay que hacer» cuñas de TV, «hay que» pedirle a algún artista que haga una canción, «hay que» pintar paredes, imprimir calendarios, botones, dañar la propaganda del opositor y elegir un lema de campaña. Una campaña así conduce al dispendio y cuando se enfrenta a un candidato serio, a la derrota.

Para obrar racionalmente antes de tomar cualquier decisión hay que averiguar qué es lo más conveniente, tanto en términos de instrumentos como de contenidos. Para cada candidato, para cada partido, en cada oportunidad pueden o no servir las cuñas, la TV, los gingles y sus contenidos deben tener sentido dentro de una estrategia.

Según quienes sean los electores que constituyen el grupo objeto del candidato en esa campaña, se deben utilizar determinados instrumentos y proponer determinados contenidos. Si sus posibilidades de atraer jóvenes son altas y dentro de su diseño estratégico ese grupo de la población es importante, es probable que le sea útil una cuña con ritmo de rap. Si sus votos posibles están entre intelectuales es una buena idea lanzar un libro. Claro que esto depende de su imagen. Hay candidatos a los que esto les puede venir bien y otros que serían percibidos como ridículos si lo hacen.

Nada es universal. Ni siquiera la investigación que se ha hecho sobre el mismo candidato en una campaña anterior sirve demasiado. Cada candidato, en cada momento de su vida llega con mayor facilidad a determinado tipo de electores. Si conoce cómo le perciben, cómo comunicarse con ellos, cómo hacer que su mensaje sea comprendido, habrá dado un paso importante para ganar la elección.
La única forma de saber qué hacer es la investigación científica y una de las técnicas más usadas para eso es la encuesta electoral.

Otro tanto ocurre con el gobernante democrático. El poder, en todos los sitios y en todos los tiempos tiene un mismo problema: las cortes de aduladores que rodean a los caciques de Tribu, a los Reyes, a los Presidentes. Un mandatario que orienta sus acciones llevado por lo que dice su corte, tiene graves problemas con su imagen y con su gobierno.

Si quiere tomar sus decisiones sabiendo lo que el pueblo dice de él y de sus políticas, si quiere saber cuál será la reacción de la gente frente a las medidas que piensa tomar, sólo puede hacer una cosa: contratar investigaciones y encuestas serias. En los tiempos modernos, la encuesta hecha por profesionales independientes, que no pretenden recibir favores ni nombramientos del mandatario son la mejor herramienta para conocer y manejar la imagen un gobierno.
Resumamos pues los usos prácticos de las investigaciones y de las encuestas en la consultoría política, desde que se inicia la campaña electoral hasta que un partido es gobierno:
• Sirven para escoger los mejores candidatos que puede presentar un partido, para una posición determinada.
• Sirven para elaborar la estrategia de la campaña electoral. La lucha electoral es una enorme guerra democrática. Las encuestas permiten conocer el terreno en que se dará el enfrentamiento, sus características, la forma en que los ciudadanos perciben el país, los temas que privilegian, cómo ven al gobierno actuante, cómo al propio candidato, a sus adversarios, cuáles son sus principales problemas de imagen y otra serie de elementos que constituyen la información básica sobre la que se pueden pensar estrategias y tácticas que permitan el éxito.
• Sirven para seguir la evolución de la campaña: tiendo a subir o a perder posibilidades de triunfo? en qué grupos estoy mejor o peor? cuáles son mis adversarios? cómo impactan mis mensajes? qué efecto tienen los ataques que recibo? debo o no contestarlos? qué tan acertada parecen mi estrategia y las tácticas a través de las cuales la ejecuto? Durante toda la campaña produzco hechos, mis adversarios hacen cosas, se provocan acontecimientos que no dependen de mi voluntad ni de la suya, pero que impactan en los electores. Los efectos de esos eventos se miden a través de encuestas para aprovecharlos en beneficio de la campaña y hacer los correctivos que sean necesarios.

En definitiva, las encuestas y las investigaciones ayudan al candidato a tener una visión objetiva del proceso electoral y a cumplir con los objetivos que se propuso cuando inició la campaña: ganar la elección, fortalecer su partido, impedir que otro candidato gane o cualquier otro objetivo que se haya planteado.

Desde luego que los resultados de las investigaciones no son para que el candidato o el mandatario hagan lo que dice la gente. Hay una dialéctica entre los líderes y las encuestas. El estadista, sabiendo lo que dice la gente, orienta la acción política de acuerdo a sus convicciones y en muchas ocasiones logra cambiar la mentalidad de los ciudadanos para que le respalden en sus propuestas.

Recordemos siempre que las campañas electorales y el manejo de la imagen de los gobiernos, son en gran parte problemas de comunicación política y que las encuestas son una herramienta que permite manejar esa comunicación: nos dicen cómo puede dar usted su mensaje, siendo comprendido por los demás y cuáles son los efectos que ese mensaje produce en la mayoría de los ciudadanos o en los grupos a los que pretende llegar.

V. La manipulación de los electores y la publicación de encuestas electorales

En tiempos de campañas electorales los políticos candidatos son como los niños antes de un berrinche. Saben apenas lo que quieren pero se desesperan por conseguirlo. En nuestros países se da más importancia a la “viveza criolla” que al uso científico de la encuesta como instrumento científico de análisis.
Algunos políticos creen que pueden conseguir votos engañando a los electores acerca de sus propias posibilidades electorales y falsifican «encuestas» para convencer a la gente de que van a ganar.

Quienes así proceden, usan un fusil de alta precisión para cazar conejos dando golpes con la culata. La encuesta sirve para todo lo que enumeramos anteriormente y es un arma extraordinariamente poderosa para ganar una elección. Si se la utiliza para mentir sobre porcentajes, su eficiencia es baja.

Las ideas que están en la mente de quienes falsifican resultados de encuestas para favorecer a un candidato son las siguientes:

• Los electores, sobre todo si son poco informados, pobres y marginales, son fáciles de manipular.
• Todos los electores están pendientes del resultado de la elección.
• Los indecisos tienden a votar por ganadores.

• Si exagero mis posibilidades de triunfo, los que quieren votar “ganador” votarán por mí.
Detrás de todo esto hay una hipótesis: los ciudadanos comunes son como los activistas de la campaña y se desvelan por el resultado de la elección. Esto es falso. La mayoría de electores y especialmente los indecisos tienen otras preocupaciones. Si no fuera así se dedicarían a la política.

La difusión de resultados de simulaciones electorales tiene impacto en el equipo de campaña, en los financistas que pueden apostar más o menos a un candidato si parece ganador, en periodistas que lo apoyan de alguna manera. Pero incluso este impacto es relativo: este tipo de personajes no se deja engañar con un dato y tienen acceso a información que les permite ubicar los fraudes.

Las investigaciones sobre el tema comprueban que los electores indecisos son los menos interesados en la política, los que menos leen o ven los resultados de las simulaciones y por tanto los que menos se afectan por esas publicaciones. Deformar los números de las encuestas no da votos.

La tesis del poco impacto electoral de la publicación de encuestas está respaldada por la opinión de consultores políticos profesionales del primer nivel. El propio Joseph Napolitan, con su enorme y variada experiencia afirma tajantemente que la publicación de encuestas electorales no ejerce influencia sobre la intención de voto de los electores porque produce un conjunto de reacciones contradictorias que suman cero.

En América Latina existe además un efecto inverso que generalmente no se toma en cuenta. El seguro triunfo del Sandinismo en Nicaragua, el de Jaime Nebot en Ecuador y el de Mario Vargas Llosa en Perú, anunciados reiteradamente por encuestas aplicadas mucho tiempo antes de la elección, son algunos casos en los que el optimismo de las previsiones terminó en un fracaso.

Generalmente quienes son vistos como seguros ganadores terminan con resultados más pobres que los previstos por las encuestas aunque ganen la elección. Los que parecen débiles en las simulaciones suelen conseguir una mejoría en sus pobres resultados. Aquello de preferir al candidato con posibilidades de triunfo funciona más ante un encuestador que en la soledad de la urna.

Esto es difícil de aceptar para quienes están en una campaña electoral: no entienden que sus angustias no sean compartidas por la mayoría de la población.

Sueñan con un país en el que todos los electores sean políticos y no se adaptan a una sociedad en la que los políticos deben ser portavoces de mucha gente con inquietudes de otro orden. Si los políticos quieren mantener su vigencia deben saber que la política democrática es didáctica. Se necesita aprender de la gente a través de las encuestas de opinión y no pensar solamente en conducirla. La política antigua se hacía con líderes mesiánicos y masas sumisas. Ahora hay que escuchar y conducir, tener la modestia de aprender y la capacidad de señalar caminos.

Hay además algunos factores que perjudican a los «seguros ganadores» de las encuestas:
En países como Norteamérica, se rinde culto al triunfador y los electores tienden a seguirlo. En los países latinos hay simpatía por las víctimas, por los derrotados, por los débiles. Cuando en Estados Unidos se designa a un empresario o a un actor exitoso para un alto cargo en la administración pública la gente lo aplaude. En muchos países de Latinoamérica casi parecería que cometen un delito. La suspicacia frente al éxito y la conmiseración por los caídos pueden actuar en contra de quienes aparecen como ganadores en las encuestas.

Cuando los seguidores de un candidato se convencen que ha ganado la elección aflojan su ritmo de campaña y se dedican a disputar los pedazos de un poder que consideran seguro. Muchos mandos medios de la campaña se dedican más a buscar puestos en el futuro gobierno que a ganar la elección. En los “derrotados” por las encuestas publicadas se produce a veces el efecto inverso: se sienten motivados por esto y redoblan sus esfuerzos hasta ganar la elección.

Desde el punto de vista del comportamiento de los electores una sobre venta del triunfo con encuestas «optimistas» puede ser negativa. Si el elector cree que su candidato «ya ganó» no hará esfuerzos para concurrir a las urnas. Si cree que su voto puede ser decisivo irá a votar aunque llueva o amanezca sin ganas de hacerlo.

Finalmente no es verdad que la gente sea tan fácil de engañar. Todas las investigaciones coinciden en que los electores perciben la realidad política de forma intuitiva pero con más sentido común que muchos políticos e intelectuales. Cuando en las encuestas se pregunta a la gente quién va a ganar las elecciones se comprueba que normalmente la mayoría percibe lo que está ocurriendo. Se constata al mismo tiempo, que muchos de los que votan por un candidato creen que perderá la elección. Quienes hacen la campaña tienen intereses más concretos por los que quieren triunfar. Los votantes comunes tienen motivaciones como la protesta, el temor, la simpatía o el sentido del humor que no se vinculan con la posibilidad de triunfo del candidato.
A esta altura de las investigaciones sobre el tema, está claro que las encuestas son armas formidables para armar estrategias electorales o de gobierno. Como truco para conseguir votos publicando simulaciones que exageren las posibilidades de éxito de un candidato no son eficientes y pueden ser nocivas.

VI. Las encuestas y los medios de comunicación

Si un medio de comunicación quiere publicar encuestas electorales confiables, debe contratarlas por sí mismo. Con frecuencia concurren a los canales de televisión o periódicos personas que quieren regalar encuestas a cambio de que se publiquen los resultados. Esta es una operación peligrosa. Para hacer una encuesta se gasta mucho en transporte, alojamiento, encuestadores, computadoras, personal, etc. Si alguien regala todo ese dinero, hay que preguntarse por qué lo hace. No hay que olvidar un axioma: en política lo gratuito es siempre muy caro.

En muchos casos la encuesta puede estar pagada por algún político que quiere usarla con fines publicitarios, por una encuestadora poco conocida que quiere hacer un gasto millonario en publicidad (si es tan pequeña ¿podrá gastar tanto?) o es simplemente un fraude y la «encuesta» ha sido forjada en un procesador de palabras. La primera pregunta que debe hacerse un medio cuando va a publicar una encuesta que no ha pagado, es ¿de dónde salió la plata para cubrir tantos gastos?

En las semanas anteriores a una elección proliferan membretes de «instituciones» que hacen encuestas. Si un medio quiere proceder con seriedad, debe averiguar datos concretos acerca de la institución y de las personas que han hecho la encuesta. Hay que tener cuidado con los membretes extranjeros. Un medio de comunicación serio debe verificar si la “famosa” encuestadora que le presenta un partido es una institución honesta y con experiencia en política. Si dice que ha asesorado a un político famoso o a un Alcalde o Presidente de otro país es bueno comprobarlo. En la época del teléfono y del Internet es fácil hacerlo. Esto vale también para las empresas con nombres en inglés. El idioma del membrete no es garantía de seriedad.
En los últimos años las encuestas electorales no se reducen a estudiar temas estrictamente políticos. En tiempos en que naufragaron tantas utopías la voluntad del elector poco se define por temas ideológicos. La política ha sido inundada por una cotidianidad en la que pierden espacio las posturas mesiánicas y las fantasías que motivaban a los políticos antiguos. Los profetas del paraíso proletario se extinguen soñando en dictaduras vitalicias mientras los ciudadanos comunes buscan un poco más de bienestar para los próximos días. Los cristeros mexicanos luchaban para que Dios gobernase su país. Los mexicanos actuales buscan simplemente empleo y una vida mejor.
Lo que está en discusión, para la mayoría de los electores, no es el apocalipsis del milenio o la confrontación universal contra el imperialismo sino la solución de temas más concretos. El candidato debe interpretar con su mensaje los sueños y las angustias que embargan al elector común mientras se rasura en la mañana frente al espejo.
El estudio de la vida cotidiana, la relación de lo político con una serie de variables vitales es un espacio de comprensión de la política en la que pueden trabajar los medios de comunicación ayudados por las encuestas.
VII. La prohibición de la publicación de las encuestas electorales

La mitología creada en torno a la supuesta influencia de las encuestas en la voluntad de los votantes ha llevado a que algunos países prohíban la publicación de encuestas en los días anteriores al de la elección.
Respecto de este tema, hay posiciones contrapuestas. Maurice Duverger defiende que se debería obligar a publicar toda encuesta que se realiza. Según su punto de vista, los encuestadores extraen del público datos que por motivos éticos deben ser devueltos a la ciudadanía en forma de publicación. Dice también que el tipo de información que se obtiene a través de las encuestas constituye un arma demasiado poderosa si se mantiene en secreto y que los electores tienen el derecho de saber el resultado de estas investigaciones, para conocer de qué manera se pretende influir en sus voluntades.

En el otro extremo, dirigentes políticos de algunos países han pedido que se prohíba la realización de encuestas políticas. Suponen que si no existe un análisis técnico de la realidad, sus tesis metafísicas tendrán más espacio. Creen que los ciudadanos comunes son en realidad políticos anónimos confundidos por las encuestas y la sociedad de consumo que los distraen de su preocupación “real”: la política. Para ellos es cuestión de exorcizar a estos demonios y los electores se convertirán en sociólogos que estudian programas de gobierno para decidir por quién votan.

En todo caso, siguiendo una iniciativa que se tomó por primera vez en Francia, varios países de América Latina han prohibido la publicación de encuestas electorales por un período de tiempo anterior a la elección.
Esa prohibición tiene varios supuestos: se cree que las encuestas empujan a muchos votantes a votar en favor de los candidatos «ganadores» perjudicando a pequeños candidatos que mejorarían un poco su posición si la gente no supiera que están tan mal. Hay la idea de que para que el votante sea libre no debe recibir información que sea fruto de una investigación sino que debe tomar su decisión en la ascepcia de él mismo ante su conciencia.

En realidad esas prohibiciones expresan más bien el temor de las élites y de los políticos antiguos frente a un mundo que se transforma.

En el período en que no se publican las encuestas casi todos los candidatos proclaman que han ganado la elección. No se consigue que la gente deje de recibir el mensaje de que “Fulano o Mengano” está ganando las elecciones. Lo que se logra es que esta información sea plenamente subjetiva y que las mayorías no tengan acceso a datos con base objetiva. Los políticos mentirosos hacen su “Agosto” y los electores se quedan sin posibilidad de conocer información más seria. Las élites siguen consultando encuestas que aunque no se publican están a su alcance. La idea misma de que el elector decide su voto sin influencias es irreal. En el último mes de campaña la televisión, las paredes, las radios, los periódicos están plagados de propaganda electoral que trata de influir en la voluntad de los electores. No se ve el porqué sea nocivo que en medio de esa avalancha publicitaria exista algo de información basada en investigaciones.

La prohibición de publicar encuestas electorales trae consigo un mercado negro de encuestas falsas.
Personas poco escrupulosas falsifican papeles membretados de encuestadoras serias y ponen en circulación encuestas forjadas. Algunos políticos mienten que tienen una «encuesta de la Embajada Norteamericana» o de los servicios de información de las fuerzas armadas que son meras invenciones.

La represión a la libertad de información produce basura. La gente sigue recibiendo propaganda, los audaces no dejan de engañar y la falta de datos serios da más espacio al fraude.
Otro argumento para prohibir la publicación de las encuestas es el de que esto polariza la elección entre los grandes partidos porque mucha gente al saber que los pequeños no tienen posibilidades, los abandona. Este argumento es también débil.

Está comprobado que los electores, se publiquen o no encuestas, tienen una percepción bastante aceptable de lo que está ocurriendo en el proceso electoral. Es muy improbable que crean que un pequeño partido tiene repentinas posibilidades de triunfo porque dejan de publicarse encuestas durante dos o cuatro semanas. La encuesta cuantifica algo que está en la conciencia colectiva.

Por otra parte, desde un punto de vista ético el argumento es sospechoso. El elector tiene derecho a informarse y decidir cómo vota. El que un político sin posibilidades le convenza con mentiras de que puede ganar y le haga desperdiciar su voto es una especie de estafa. Sólo el elector tiene derecho a resolver si quiere votar por un candidato sin posibilidades o si quiere impedir con su voto el triunfo de otro político votando por un «mal menor».

Desde el punto de vista práctico esta es una discusión parroquiana: las limitaciones a la información no se aplican en una sociedad globalizada. El crecimiento vertiginoso del Internet pone en manos de miles de usuarios datos y cifras que proceden de fuera de fronteras debilitadas por la técnica. Si se prohíbe publicar encuestas en un país los usuarios de la red los leerán en periódicos de otros países y no se podrá evitar su difusión.

Mas allá de este tema está el de las empresas encuestadoras. Son instituciones con innegable poder en nuestras sociedades y surge la tentación de normar su funcionamiento con leyes rígidas. En sociedades como las latinoamericanas esos controles suelen ser fuente de corrupción y de manipulación por parte de los partidos que controlan los entes electorales.

El mejor control que existe sobre estas empresas es el mercado y la opinión pública de los ciudadanos . Una encuestadora que falsifica datos en una elección cae en el descrédito. Sólo sobreviven a lo largo del tiempo instituciones que mantienen una ética rígida y un nivel técnico alto. En la medida en que transcurren los procesos electorales la imagen de las empresas encuestadoras se aclara y los pillastres son ubicados y colocados en su lugar por la opinión pública. Las encuestadoras políticas mantienen un espacio gracias a la confianza de la gente en su seriedad. Cuando alguna hace una trampa esto trasciende rápidamente.

Es por eso que uno de los elementos útiles para confiar o no en una encuestadora es su edad. Si está en el mercado mucho tiempo es por que no se ha prestado para estafas. Si George Gallup se hubiera dedicado a mentir con los datos de su suegra, no existiría la encuestadora Gallup, sea cual sea la legislación que norme la vida de las encuestadoras.

VIII. Las encuestas y la democracia directa

Existe actualmente una tendencia a fortalecer la democracia directa. Los ciudadanos de los países occidentales participan en referéndums, plebiscitos y otra serie de mecanismos que suponen su participación en la política cotidiana.

Hace décadas el Presidente una vez elegido no tomaba en cuenta la opinión de los electores simplemente porque no la podía conocer. El «pueblo» de ese entonces eran pequeños sectores movilizados. Las verdaderas masas eran meros espectadores de la historia. Fueron los tiempos de las asonadas golpistas, las juntas de notables y de una sociedad vertical controlada por las élites.

En la actualidad las gentes comunes se expresan. La democracia se ha ampliado, la mayoría de los ciudadanos están más informados y los políticos deben tomar en cuenta sus opiniones.

Las encuestas ocupan un nuevo papel: son portavoces de esas mayorías que se expresan por su intermedio. Las encuestadoras tienen una nueva fuente de poder y las élites un nuevo motivo de fastidio con la técnica: muchos de ellos son autoritarios y añoran una sociedad en que los más «ilustrados» mandaban a los «ignorantes» sin tomar en cuenta sus puntos de vista.

Ese poder de las encuestadoras es peligroso y debe controlarse con la competencia. Es bueno que un país exista diversas encuestadoras y deben abrirse las puertas a encuestadoras de todo el mundo para que los resultados de los estudios no sirvan para manipular la política. En las circunstancias actuales un monopolio de las encuestas sería tan peligroso como un monopolio de la prensa.

Esta nueva fuerza de las encuestas exige mayor profesionalismo en quienes las manejan. Hay que desconfiar de las interpretaciones hechas por quienes no están preparados para eso. El dato de una pregunta sacado de contexto puede ser una media verdad y las medias verdades son las peores mentiras.

Los números de una encuesta en manos de quien no ha estudiado esta materia son peligrosos. En varios países hay personas que cogen unas pocas cifras y argumentan que el Congreso debe ser disuelto o que el Presidente debe ser sustituido porque tiene un porcentaje bajo de aceptación en una encuesta. Quienes trabajan profesionalmente en la materia saben lo que ha pasado en los países a lo largo de los años, saben que las cifras se mueven y que deben interpretarse en un contexto. Las encuestas de opinión son auxiliares de la democracia directa pero sus fluctuantes cifras no pueden reemplazar a los procesos electorales.


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Manuel Luis Rodríguez U. 

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