I. Concepto general de la encuesta como técnica de investigación
La encuesta es una técnica de investigación social que permite
conocer las opiniones y actitudes de una colectividad por medio de un
cuestionario que se aplica a un reducido grupo de sus integrantes al que
se denomina «muestra». Esta técnica se usa con frecuencia en las
campañas electorales.
Quienes no han estudiado estas disciplinas cuestionan la validez de
esos datos argumentando que lo que dicen unos pocos cientos de personas
no permite saber lo que opinan cientos de miles de ellas y elucubran
acerca del tamaño de la muestra, su confiabilidad y otra serie de temas.
Normalmente imaginan que los procedimientos que deben conducir a la
elaboración de una muestra son casi mágicos.
La verdad es que tendríamos una muestra perfecta si lográramos hacer
un sorteo en el que todos los electores de un país tuviesen exactamente
la misma posibilidad de ser entrevistados. La mejor muestra sería fruto
del azar más completo.
En la práctica, esa igualdad de posibilidades no se da. Es más fácil
encuestar a los habitantes de las ciudades que a los campesinos, a los
de los barrios de clase media que a los de clase alta, etc. En la medida
en que el azar total no funciona, los encuestadores toman una serie de
medidas técnicas y hacen cuotas para que no sean entrevistados solamente
los que tienen más posibilidad de serlo.
Las encuestas electorales están en el ojo de la polémica electoral
contemporánea. Desde tiempos inmemoriales los seres humanos tenemos
temores y actitudes mágicas frente a los instrumentos que parecen
predecir el futuro. Esta tensión instintiva sumada a las pasiones de la
lucha por el poder forman una mezcla explosiva que detona en cada
campaña electoral.
Las encuestas son conocidas por el escándalo que produce en las
campañas la publicación de la simulación electoral, que es una pregunta
del formulario que averigua cómo votarían los ciudadanos si las
elecciones fueran el día en que se realiza la encuesta. Los candidatos
se obsesionan por esa pregunta. Los porcentajes producen polémicas
estridentes. Unos dicen que según «sus» encuestas ganan, otros que las
encuestas publicadas son falsas, otros que no creen en las encuestas. En
varios países de América Latina se han hecho cuñas de televisión
hablando de «verdaderas encuestas» y otros disparates.
Los temores mágicos han puesto el foco de la polémica en lo
intrascendente y no en lo de fondo. Las encuestas son muy útiles para
ganar una elección si se las usa como lo que son: una técnica de
investigación. Su fuerza está en la cantidad y calidad de la información
que proporcionan a quienes elaboran las estrategias electorales.
En una época en que la democracia se ha ampliado y los países no solo
se manejan de acuerdo a lo que dicen las élites económicas o
intelectuales, una campaña electoral necesita conocer lo que opinan los
ciudadanos comunes acerca de los más diversos temas. La única forma de
hacerlo es a través de la investigación científica y la herramienta
privilegiada de ese tipo de investigación es la encuesta electoral.
II. Antecedentes históricos sobre la técnica de las encuestas.
Originalmente las encuestas se aplicaron a la política por iniciativa
de medios de comunicación colectiva que pretendían predecir resultados
electorales.
La primera encuesta de que hay noticia la aplicó el periódico
Harrisburg Pennsylvanian en 1824 averiguando las preferencias de los
ciudadanos de Wimiltown en Estados Unidos. En 1880 fue un grupo de
periódicos integrado por el Boston Globe, el New York Herald Tribune, el
St. Louis Republic y Los Angeles Times el que realizó una nueva
encuesta, consiguiendo un aceptable éxito; sus porcentajes se ajustaron
bastante a los obtenidos por los candidatos el día de la elección.
En 1936, la revista Literary Digest intentó hacer su propia encuesta
enviando a diez millones de norteamericanos formularios para que los
llenasen por sí mismos. El resultado fue catastrófico. Esta experiencia
demostró que no es el tamaño de la muestra sino el nivel técnico de
quienes la elaboran lo que determina la proximidad de los resultados de
la encuesta con los de la elección.
En la década del treinta la señora Alex Miller que pretendía ser
Secretaria de Estado en Iowa, contó con el apoyo técnico de las
encuestas de su yerno George Gallup para su campaña electoral. Gallup
hizo posteriormente su tesis doctoral sobre técnicas de muestreo y fundó
una de las empresas de encuestas más famosas del mundo. En esos mismos
años surgieron otros grandes encuestadores como Elmo Ropper, que dieron
mayor prestigio científico a las encuestas de opinión pública.
Desde entonces en los Estados Unidos las encuestas han servido como
instrumento de tecnificación de las campañas electorales y como
ingrediente de un periodismo moderno, más preocupado por la opinión
pública.
En los Estados Unidos se celebran centenares de elecciones y
consultas populares todos los años desde hace muchos años. Esta amplitud
y permanencia de la democracia ha permitido que en ese país las
técnicas electorales se hayan sofisticado como en ningún otro lugar del
mundo. A partir de la campaña del Presidente Kennedy, la mayoría de los
políticos norteamericanos comprendieron la utilidad de este tipo de
estudios, y actualmente no existe ningún candidato medianamente serio
que al iniciar su campaña no proceda a conformar un equipo de
consultores profesionales que le asesoren entre los cuales,
inevitablemente, está al menos un experto en encuestas.
A partir de la formación de la American Asociation of Political
Consultants en los años sesenta, la consultoría política se ha
profesionalizado. En la política norteamericana actual nadie duda de la
importancia de estos profesionales en campañas electorales y existen
varios centenares de empresas dedicadas exclusivamente a la política
práctica.
En el intento de avizorar el futuro, la suerte de las encuestas ha
sido variable. Por lo general, los sondeos han previsto los resultados
electorales aunque a veces han fallado estrepitosamente, como en 1948
cuando todas las empresas predijeron la derrota del Presidente Truman, o
como en las elecciones nicaragüenses de 1990, en que la mayor parte de
las empresas encuestadoras predijeron el triunfo Sandinista sobre
Violeta Chamorro.
En la mayor parte de los países de América Latina las primeras
encuestas se aplicaron patrocinadas por medios de comunicación
colectiva. En estos días son muchos los periódicos y canales de
televisión que publican encuestas cuando llegan las elecciones. Algunos
medios de comunicación modernos usan regularmente estudios de opinión
pública para otros temas que no son estrictamente electorales, pero que
son cada vez más importantes para comprender la política contemporánea.
Actualmente en América Latina son pocos los políticos que manejan
bien las encuestas y la consultoría política para orientar sus campañas
electorales, aunque en los últimos años, en la mayoría de las campañas
han participado consultores que basan sus estrategias en los resultados
de investigaciones técnicas.
III. Lo que no son las encuestas
En torno a las encuestas electorales circulan algunas ideas equivocadas a las que nos referiremos brevemente.
Ante todo, las encuestas no expresan las preferencias de quienes las
hacen. Puedo ilustrar con mi experiencia personal: a través de los años
he hablado con políticos que me agradecen porque los resultados de una
encuesta que publiqué les son favorables o que se enojan porque les son
adversos. Ambas actitudes son erróneas. Soy un profesional en la materia
y mis estudios reflejan simplemente lo que encuentro a través de la
investigación más allá de mis simpatías o antipatías. La encuesta, si
está bien hecha, no debe reflejar los sentimientos ni negativos ni
positivos de los encuestadores.
Hay otro error muy común entre políticos y periodistas: creen que la
principal información que aporta la encuesta consiste en adivinar el
porcentaje de votos que obtendrá el candidato el día de la elección.
Creen además que ese porcentaje corresponde al que obtiene en la
simulación. No saben que el resultado de esa pregunta es solamente un
dato de los tantos que aporta la encuesta y que los números deben ser
leídos por especialistas que saben interpretarlos.
Muchos creen que simplemente es cuestión de leer los porcentajes,
pero quien se fía de la interpretación de una encuesta hecha por
periodistas comete el mismo error que el que cuando se siente enfermo,
entrega los resultados de sus exámenes de sangre y radiografías a la
prensa para que le diagnostiquen. Se equivoca: esos exámenes debe
interpretarlos un médico.
Tanto para el político, como para el lector o el televidente, es más
importante conocer las razones por las que los ciudadanos están votando
de determinada manera, la dirección en que se mueven, los efectos de los
hechos políticos, los aciertos y equivocaciones de cada uno de los
actores en la campaña electoral, que saber lo que ocurriría si las
elecciones fueran el día en que se aplica una pregunta.
La encuesta electoral, por lo demás, es una especie de foto.
Sólo
tiene sentido si se puede imaginar cuál es la película de la que forma
parte. Si un candidato tiene el 15% de las preferencias electorales, la
cifra puede ser buena o mala. Una cosa es tener ese 15% después de haber
obtenido en la anterior encuesta un 30% y otra si antes tenía un 5%. En
el un caso 15% es muy malo y en el otro muy bueno. Un solo número no da
información suficiente para evaluar la situación de un candidato porque
no permite apreciar los movimientos.
El público en general y los medios de comunicación en particular,
creen que lo importante es que la encuesta adivine el futuro. Algunos
medios de comunicación proponen la realización de verdaderos concursos:
veamos cuál encuestadora se acerca más a los resultados finales con la
mayor anticipación posible. Este es otro error. Hay varios problemas
para que las encuestas cumplan con ese cometido.
En los procesos electorales latinoamericanos muchos ciudadanos se
mantienen indecisos hasta el final. En la mayoría de nuestros países la
lealtad partidista es baja y los votantes muy volubles. Nuestras
sociedades son enormemente heterogéneas y en todas nuestras ciudades hay
zonas difíciles de encuestar por su peligrosidad. Pretender que una
encuesta adivine los porcentajes de una elección es absurdo.
En los países en los que el voto es obligatorio las encuestas tienen
menos precisión. Muchos votantes (aproximadamente un diez o quince por
ciento), deciden finalmente su voto el día de la elección. Generalmente
están allí por cumplir un requisito y evitar una multa y les da lo mismo
votar en cualquier dirección. Con su voto pueden inclinar la
presidencia del país a favor de un candidato, aunque no tienen interés
ni siquiera en opinar sobre el tema.
Que lo haga con semanas de anticipación es también poco lógico. Los
resultados de una encuesta son más aproximados mientras menor es la
distancia entre la fecha de la encuesta y la de la elección. Cada nuevo
día es un espacio para lo imprevisto. Algunos candidatos guardan sus
peores ataques para el último momento y a veces logran alterar a los
votantes. A las únicas encuestas a las que se les puede pedir una mayor
precisión es a las «exit poll», encuestas hechas en la puerta de los
recintos electorales.
Hay finalmente un voto escondido que no aparece en las encuestas y
que respalda a candidatos enfrentados totalmente a un sistema. Es el
caso de “Out Siders” como Fujimori en Perú o Bucaram en Ecuador o
candidatos como Violeta Chamorro en Nicaragua enfrentada a un gobierno
totalitario. Los encuestados en esas circunstancias mienten y los
números de las encuestas fallan.
Las encuestas ayudan a comprender la realidad, a establecer
tendencias, a analizar lo que ocurre dentro de un proceso electoral, a
ganar elecciones elaborando estrategias, pero no para adivinar el
futuro.
IV. ¿Para qué sirven las encuestas?
La distancia que existe entre el mundo de los políticos, periodistas,
intelectuales y personas interesadas en los juegos del poder y los
ciudadanos comunes, es enorme. El mundo del poder juega y se reproduce a
sí mismo sin tomar en cuenta que muchos de sus temas obsesivos son
irrelevantes para los electores comunes.
Los debates en los que los políticos se juegan por entero, son poco o
nada conocidos por las grandes mayorías y carecen de interés para
ellas. En nuestros países las intensas polémicas personales, en la
mayoría de los casos, solo interesan a sus protagonistas y desprestigian
al sistema democrático sin fortalecer a sus protagonistas ante la
mayoría de los votantes.
Si un político quiere salir del pequeño mundo creado por su entorno y
comunicarse con los electores, lo único que puede hacer es contratar
estudios periódicos realizados por profesionales que le ayuden a
comprender lo que piensa y quiere la gente.
La experiencia de la mayoría de los consultores políticos
profesionales coincide en un punto: buena parte del dinero que se gasta
en una campaña electoral o en una campaña gubernamental de imagen se
desperdicia si la acción no está orientada por una buena investigación.
Muchos discursos, cuñas y comerciales de una campaña que no se
asientan en una buena investigación, se dirigen más a satisfacer los
nervios del candidato y a fastidiar al adversario que a ganar votos.
Las campañas primitivas empiezan con una serie de lugares comunes que
inician el despilfarro de recursos. Parecería que todo es perfectamente
conocido y que todos los amigos y parientes del candidato son
consultores profesionales. La esposa es experta en finanzas, el hermano
en cuñas electorales y el enamorado de la hija en estrategias
electorales.
Ante todo, se arma un equipo de colaboradores cercanos al candidato y
se actúa a la luz de una serie de prejuicios que nadie cuestiona. «Hay
que hacer» cuñas de TV, «hay que» pedirle a algún artista que haga una
canción, «hay que» pintar paredes, imprimir calendarios, botones, dañar
la propaganda del opositor y elegir un lema de campaña. Una campaña así
conduce al dispendio y cuando se enfrenta a un candidato serio, a la
derrota.
Para obrar racionalmente antes de tomar cualquier decisión hay que
averiguar qué es lo más conveniente, tanto en términos de instrumentos
como de contenidos. Para cada candidato, para cada partido, en cada
oportunidad pueden o no servir las cuñas, la TV, los gingles y sus
contenidos deben tener sentido dentro de una estrategia.
Según quienes sean los electores que constituyen el grupo objeto del
candidato en esa campaña, se deben utilizar determinados instrumentos y
proponer determinados contenidos. Si sus posibilidades de atraer jóvenes
son altas y dentro de su diseño estratégico ese grupo de la población
es importante, es probable que le sea útil una cuña con ritmo de rap. Si
sus votos posibles están entre intelectuales es una buena idea lanzar
un libro. Claro que esto depende de su imagen. Hay candidatos a los que
esto les puede venir bien y otros que serían percibidos como ridículos
si lo hacen.
Nada es universal. Ni siquiera la investigación que se ha hecho sobre
el mismo candidato en una campaña anterior sirve demasiado. Cada
candidato, en cada momento de su vida llega con mayor facilidad a
determinado tipo de electores. Si conoce cómo le perciben, cómo
comunicarse con ellos, cómo hacer que su mensaje sea comprendido, habrá
dado un paso importante para ganar la elección.
La única forma de saber qué hacer es la investigación científica y
una de las técnicas más usadas para eso es la encuesta electoral.
Otro tanto ocurre con el gobernante democrático. El poder, en todos
los sitios y en todos los tiempos tiene un mismo problema: las cortes de
aduladores que rodean a los caciques de Tribu, a los Reyes, a los
Presidentes. Un mandatario que orienta sus acciones llevado por lo que
dice su corte, tiene graves problemas con su imagen y con su gobierno.
Si quiere tomar sus decisiones sabiendo lo que el pueblo dice de él y
de sus políticas, si quiere saber cuál será la reacción de la gente
frente a las medidas que piensa tomar, sólo puede hacer una cosa:
contratar investigaciones y encuestas serias. En los tiempos modernos,
la encuesta hecha por profesionales independientes, que no pretenden
recibir favores ni nombramientos del mandatario son la mejor herramienta
para conocer y manejar la imagen un gobierno.
Resumamos pues los usos prácticos de las investigaciones y de las
encuestas en la consultoría política, desde que se inicia la campaña
electoral hasta que un partido es gobierno:
• Sirven para escoger los mejores candidatos que puede presentar un partido, para una posición determinada.
• Sirven para elaborar la estrategia de la campaña electoral. La
lucha electoral es una enorme guerra democrática. Las encuestas permiten
conocer el terreno en que se dará el enfrentamiento, sus
características, la forma en que los ciudadanos perciben el país, los
temas que privilegian, cómo ven al gobierno actuante, cómo al propio
candidato, a sus adversarios, cuáles son sus principales problemas de
imagen y otra serie de elementos que constituyen la información básica
sobre la que se pueden pensar estrategias y tácticas que permitan el
éxito.
• Sirven para seguir la evolución de la campaña: tiendo a subir o a
perder posibilidades de triunfo? en qué grupos estoy mejor o peor?
cuáles son mis adversarios? cómo impactan mis mensajes? qué efecto
tienen los ataques que recibo? debo o no contestarlos? qué tan acertada
parecen mi estrategia y las tácticas a través de las cuales la ejecuto?
Durante toda la campaña produzco hechos, mis adversarios hacen cosas, se
provocan acontecimientos que no dependen de mi voluntad ni de la suya,
pero que impactan en los electores. Los efectos de esos eventos se miden
a través de encuestas para aprovecharlos en beneficio de la campaña y
hacer los correctivos que sean necesarios.
En definitiva, las encuestas y las investigaciones ayudan al
candidato a tener una visión objetiva del proceso electoral y a cumplir
con los objetivos que se propuso cuando inició la campaña: ganar la
elección, fortalecer su partido, impedir que otro candidato gane o
cualquier otro objetivo que se haya planteado.
Desde luego que los resultados de las investigaciones no son para que
el candidato o el mandatario hagan lo que dice la gente. Hay una
dialéctica entre los líderes y las encuestas. El estadista, sabiendo lo
que dice la gente, orienta la acción política de acuerdo a sus
convicciones y en muchas ocasiones logra cambiar la mentalidad de los
ciudadanos para que le respalden en sus propuestas.
Recordemos siempre que las campañas electorales y el manejo de la
imagen de los gobiernos, son en gran parte problemas de comunicación
política y que las encuestas son una herramienta que permite manejar esa
comunicación: nos dicen cómo puede dar usted su mensaje, siendo
comprendido por los demás y cuáles son los efectos que ese mensaje
produce en la mayoría de los ciudadanos o en los grupos a los que
pretende llegar.
V. La manipulación de los electores y la publicación de encuestas electorales
En tiempos de campañas electorales los políticos candidatos son como los niños antes de un berrinche. Saben apenas lo que quieren pero se desesperan por conseguirlo. En nuestros países se da más importancia a la “viveza criolla” que al
uso científico de la encuesta como instrumento científico de análisis.
Algunos políticos creen que pueden conseguir votos engañando a los
electores acerca de sus propias posibilidades electorales y falsifican
«encuestas» para convencer a la gente de que van a ganar.
Quienes así proceden, usan un fusil de alta precisión para cazar
conejos dando golpes con la culata. La encuesta sirve para todo lo que
enumeramos anteriormente y es un arma extraordinariamente poderosa para
ganar una elección. Si se la utiliza para mentir sobre porcentajes, su
eficiencia es baja.
Las ideas que están en la mente de quienes falsifican resultados de encuestas para favorecer a un candidato son las siguientes:
• Los electores, sobre todo si son poco informados, pobres y marginales, son fáciles de manipular.
• Todos los electores están pendientes del resultado de la elección.
• Los indecisos tienden a votar por ganadores.
• Si exagero mis posibilidades de triunfo, los que quieren votar “ganador” votarán por mí.
Detrás de todo esto hay una hipótesis: los ciudadanos comunes son
como los activistas de la campaña y se desvelan por el resultado de la
elección. Esto es falso. La mayoría de electores y especialmente los
indecisos tienen otras preocupaciones. Si no fuera así se dedicarían a
la política.
La difusión de resultados de simulaciones electorales tiene impacto
en el equipo de campaña, en los financistas que pueden apostar más o
menos a un candidato si parece ganador, en periodistas que lo apoyan de
alguna manera. Pero incluso este impacto es relativo: este tipo de
personajes no se deja engañar con un dato y tienen acceso a información
que les permite ubicar los fraudes.
Las investigaciones sobre el tema comprueban que los electores
indecisos son los menos interesados en la política, los que menos leen o
ven los resultados de las simulaciones y por tanto los que menos se
afectan por esas publicaciones. Deformar los números de las encuestas no
da votos.
La tesis del poco impacto electoral de la publicación de encuestas
está respaldada por la opinión de consultores políticos profesionales
del primer nivel. El propio Joseph Napolitan, con su enorme y variada
experiencia afirma tajantemente que la publicación de encuestas
electorales no ejerce influencia sobre la intención de voto de los
electores porque produce un conjunto de reacciones contradictorias que
suman cero.
En América Latina existe además un efecto inverso que generalmente no
se toma en cuenta. El seguro triunfo del Sandinismo en Nicaragua, el de
Jaime Nebot en Ecuador y el de Mario Vargas Llosa en Perú, anunciados
reiteradamente por encuestas aplicadas mucho tiempo antes de la
elección, son algunos casos en los que el optimismo de las previsiones
terminó en un fracaso.
Generalmente quienes son vistos como seguros ganadores terminan con
resultados más pobres que los previstos por las encuestas aunque ganen
la elección. Los que parecen débiles en las simulaciones suelen
conseguir una mejoría en sus pobres resultados. Aquello de preferir al
candidato con posibilidades de triunfo funciona más ante un encuestador
que en la soledad de la urna.
Esto es difícil de aceptar para quienes están en una campaña
electoral: no entienden que sus angustias no sean compartidas por la
mayoría de la población.
Sueñan con un país en el que todos los electores sean políticos y no
se adaptan a una sociedad en la que los políticos deben ser portavoces
de mucha gente con inquietudes de otro orden. Si los políticos quieren
mantener su vigencia deben saber que la política democrática es
didáctica. Se necesita aprender de la gente a través de las encuestas de
opinión y no pensar solamente en conducirla. La política antigua se
hacía con líderes mesiánicos y masas sumisas. Ahora hay que escuchar y
conducir, tener la modestia de aprender y la capacidad de señalar
caminos.
Hay además algunos factores que perjudican a los «seguros ganadores» de las encuestas:
En países como Norteamérica, se rinde culto al triunfador y los
electores tienden a seguirlo. En los países latinos hay simpatía por las
víctimas, por los derrotados, por los débiles. Cuando en Estados Unidos
se designa a un empresario o a un actor exitoso para un alto cargo en
la administración pública la gente lo aplaude. En muchos países de
Latinoamérica casi parecería que cometen un delito. La suspicacia frente
al éxito y la conmiseración por los caídos pueden actuar en contra de
quienes aparecen como ganadores en las encuestas.
Cuando los seguidores de un candidato se convencen que ha ganado la
elección aflojan su ritmo de campaña y se dedican a disputar los pedazos
de un poder que consideran seguro. Muchos mandos medios de la campaña
se dedican más a buscar puestos en el futuro gobierno que a ganar la
elección. En los “derrotados” por las encuestas publicadas se produce a
veces el efecto inverso: se sienten motivados por esto y redoblan sus
esfuerzos hasta ganar la elección.
Desde el punto de vista del comportamiento de los electores una sobre
venta del triunfo con encuestas «optimistas» puede ser negativa. Si el
elector cree que su candidato «ya ganó» no hará esfuerzos para concurrir
a las urnas. Si cree que su voto puede ser decisivo irá a votar aunque
llueva o amanezca sin ganas de hacerlo.
Finalmente no es verdad que la gente sea tan fácil de engañar. Todas
las investigaciones coinciden en que los electores perciben la realidad
política de forma intuitiva pero con más sentido común que muchos
políticos e intelectuales. Cuando en las encuestas se pregunta a la
gente quién va a ganar las elecciones se comprueba que normalmente la
mayoría percibe lo que está ocurriendo. Se constata al mismo tiempo, que
muchos de los que votan por un candidato creen que perderá la elección.
Quienes hacen la campaña tienen intereses más concretos por los que
quieren triunfar. Los votantes comunes tienen motivaciones como la
protesta, el temor, la simpatía o el sentido del humor que no se
vinculan con la posibilidad de triunfo del candidato.
A esta altura de las investigaciones sobre el tema, está claro que
las encuestas son armas formidables para armar estrategias electorales o
de gobierno. Como truco para conseguir votos publicando simulaciones
que exageren las posibilidades de éxito de un candidato no son
eficientes y pueden ser nocivas.
VI. Las encuestas y los medios de comunicación
Si un medio de comunicación quiere publicar encuestas electorales
confiables, debe contratarlas por sí mismo. Con frecuencia concurren a
los canales de televisión o periódicos personas que quieren regalar
encuestas a cambio de que se publiquen los resultados. Esta es una
operación peligrosa. Para hacer una encuesta se gasta mucho en
transporte, alojamiento, encuestadores, computadoras, personal, etc. Si
alguien regala todo ese dinero, hay que preguntarse por qué lo hace. No
hay que olvidar un axioma: en política lo gratuito es siempre muy caro.
En muchos casos la encuesta puede estar pagada por algún político que
quiere usarla con fines publicitarios, por una encuestadora poco
conocida que quiere hacer un gasto millonario en publicidad (si es tan
pequeña ¿podrá gastar tanto?) o es simplemente un fraude y la «encuesta»
ha sido forjada en un procesador de palabras. La primera pregunta que
debe hacerse un medio cuando va a publicar una encuesta que no ha
pagado, es ¿de dónde salió la plata para cubrir tantos gastos?
En las semanas anteriores a una elección proliferan membretes de
«instituciones» que hacen encuestas. Si un medio quiere proceder con
seriedad, debe averiguar datos concretos acerca de la institución y de
las personas que han hecho la encuesta. Hay que tener cuidado con los
membretes extranjeros. Un medio de comunicación serio debe verificar si
la “famosa” encuestadora que le presenta un partido es una institución
honesta y con experiencia en política. Si dice que ha asesorado a un
político famoso o a un Alcalde o Presidente de otro país es bueno
comprobarlo. En la época del teléfono y del Internet es fácil hacerlo.
Esto vale también para las empresas con nombres en inglés. El idioma del
membrete no es garantía de seriedad.
En los últimos años las encuestas electorales no se reducen a
estudiar temas estrictamente políticos. En tiempos en que naufragaron
tantas utopías la voluntad del elector poco se define por temas
ideológicos. La política ha sido inundada por una cotidianidad en la que
pierden espacio las posturas mesiánicas y las fantasías que motivaban a
los políticos antiguos. Los profetas del paraíso proletario se
extinguen soñando en dictaduras vitalicias mientras los ciudadanos
comunes buscan un poco más de bienestar para los próximos días. Los
cristeros mexicanos luchaban para que Dios gobernase su país. Los
mexicanos actuales buscan simplemente empleo y una vida mejor.
Lo que está en discusión, para la mayoría de los electores, no es el
apocalipsis del milenio o la confrontación universal contra el
imperialismo sino la solución de temas más concretos. El candidato debe
interpretar con su mensaje los sueños y las angustias que embargan al
elector común mientras se rasura en la mañana frente al espejo.
El estudio de la vida cotidiana, la relación de lo político con una
serie de variables vitales es un espacio de comprensión de la política
en la que pueden trabajar los medios de comunicación ayudados por las
encuestas.
VII. La prohibición de la publicación de las encuestas electorales
La mitología creada en torno a la supuesta influencia de las
encuestas en la voluntad de los votantes ha llevado a que algunos países
prohíban la publicación de encuestas en los días anteriores al de la
elección.
Respecto de este tema, hay posiciones contrapuestas. Maurice Duverger
defiende que se debería obligar a publicar toda encuesta que se
realiza. Según su punto de vista, los encuestadores extraen del público
datos que por motivos éticos deben ser devueltos a la ciudadanía en
forma de publicación. Dice también que el tipo de información que se
obtiene a través de las encuestas constituye un arma demasiado poderosa
si se mantiene en secreto y que los electores tienen el derecho de saber
el resultado de estas investigaciones, para conocer de qué manera se
pretende influir en sus voluntades.
En el otro extremo, dirigentes políticos de algunos países han pedido
que se prohíba la realización de encuestas políticas. Suponen que si no
existe un análisis técnico de la realidad, sus tesis metafísicas
tendrán más espacio. Creen que los ciudadanos comunes son en realidad
políticos anónimos confundidos por las encuestas y la sociedad de
consumo que los distraen de su preocupación “real”: la política. Para
ellos es cuestión de exorcizar a estos demonios y los electores se
convertirán en sociólogos que estudian programas de gobierno para
decidir por quién votan.
En todo caso, siguiendo una iniciativa que se tomó por primera vez en
Francia, varios países de América Latina han prohibido la publicación
de encuestas electorales por un período de tiempo anterior a la
elección.
Esa prohibición tiene varios supuestos: se cree que las encuestas
empujan a muchos votantes a votar en favor de los candidatos «ganadores»
perjudicando a pequeños candidatos que mejorarían un poco su posición
si la gente no supiera que están tan mal. Hay la idea de que para que el
votante sea libre no debe recibir información que sea fruto de una
investigación sino que debe tomar su decisión en la ascepcia de él mismo
ante su conciencia.
En realidad esas prohibiciones expresan más bien el temor de las
élites y de los políticos antiguos frente a un mundo que se transforma.
En el período en que no se publican las encuestas casi todos los
candidatos proclaman que han ganado la elección. No se consigue que la
gente deje de recibir el mensaje de que “Fulano o Mengano” está ganando
las elecciones. Lo que se logra es que esta información sea plenamente
subjetiva y que las mayorías no tengan acceso a datos con base objetiva.
Los políticos mentirosos hacen su “Agosto” y los electores se quedan
sin posibilidad de conocer información más seria. Las élites siguen
consultando encuestas que aunque no se publican están a su alcance. La
idea misma de que el elector decide su voto sin influencias es irreal.
En el último mes de campaña la televisión, las paredes, las radios, los
periódicos están plagados de propaganda electoral que trata de influir
en la voluntad de los electores. No se ve el porqué sea nocivo que en
medio de esa avalancha publicitaria exista algo de información basada en
investigaciones.
La prohibición de publicar encuestas electorales trae consigo un
mercado negro de encuestas falsas.
Personas poco escrupulosas falsifican
papeles membretados de encuestadoras serias y ponen en circulación
encuestas forjadas. Algunos políticos mienten que tienen una «encuesta
de la Embajada Norteamericana» o de los servicios de información de las
fuerzas armadas que son meras invenciones.
La represión a la libertad de información produce basura. La gente
sigue recibiendo propaganda, los audaces no dejan de engañar y la falta
de datos serios da más espacio al fraude.
Otro argumento para prohibir la publicación de las encuestas es el de
que esto polariza la elección entre los grandes partidos porque mucha
gente al saber que los pequeños no tienen posibilidades, los abandona.
Este argumento es también débil.
Está comprobado que los electores, se publiquen o no encuestas,
tienen una percepción bastante aceptable de lo que está ocurriendo en el
proceso electoral. Es muy improbable que crean que un pequeño partido
tiene repentinas posibilidades de triunfo porque dejan de publicarse
encuestas durante dos o cuatro semanas. La encuesta cuantifica algo que
está en la conciencia colectiva.
Por otra parte, desde un punto de vista ético el argumento es
sospechoso. El elector tiene derecho a informarse y decidir cómo vota.
El que un político sin posibilidades le convenza con mentiras de que
puede ganar y le haga desperdiciar su voto es una especie de estafa.
Sólo el elector tiene derecho a resolver si quiere votar por un
candidato sin posibilidades o si quiere impedir con su voto el triunfo
de otro político votando por un «mal menor».
Desde el punto de vista práctico esta es una discusión parroquiana:
las limitaciones a la información no se aplican en una sociedad
globalizada. El crecimiento vertiginoso del Internet pone en manos de
miles de usuarios datos y cifras que proceden de fuera de fronteras
debilitadas por la técnica. Si se prohíbe publicar encuestas en un país
los usuarios de la red los leerán en periódicos de otros países y no se
podrá evitar su difusión.
Mas allá de este tema está el de las empresas encuestadoras. Son
instituciones con innegable poder en nuestras sociedades y surge la
tentación de normar su funcionamiento con leyes rígidas. En sociedades
como las latinoamericanas esos controles suelen ser fuente de corrupción
y de manipulación por parte de los partidos que controlan los entes
electorales.
El mejor control que existe sobre estas empresas es el mercado y la opinión pública de los ciudadanos . Una
encuestadora que falsifica datos en una elección cae en el descrédito.
Sólo sobreviven a lo largo del tiempo instituciones que mantienen una
ética rígida y un nivel técnico alto. En la medida en que transcurren
los procesos electorales la imagen de las empresas encuestadoras se
aclara y los pillastres son ubicados y colocados en su lugar por la
opinión pública. Las encuestadoras políticas mantienen un espacio
gracias a la confianza de la gente en su seriedad. Cuando alguna hace
una trampa esto trasciende rápidamente.
Es por eso que uno de los elementos útiles para confiar o no en una
encuestadora es su edad. Si está en el mercado mucho tiempo es por que
no se ha prestado para estafas. Si George Gallup se hubiera dedicado a
mentir con los datos de su suegra, no existiría la encuestadora Gallup,
sea cual sea la legislación que norme la vida de las encuestadoras.
VIII. Las encuestas y la democracia directa
Existe actualmente una tendencia a fortalecer la democracia directa.
Los ciudadanos de los países occidentales participan en referéndums,
plebiscitos y otra serie de mecanismos que suponen su participación en
la política cotidiana.
Hace décadas el Presidente una vez elegido no tomaba en cuenta la
opinión de los electores simplemente porque no la podía conocer. El
«pueblo» de ese entonces eran pequeños sectores movilizados. Las
verdaderas masas eran meros espectadores de la historia. Fueron los
tiempos de las asonadas golpistas, las juntas de notables y de una
sociedad vertical controlada por las élites.
En la actualidad las gentes comunes se expresan. La democracia se ha
ampliado, la mayoría de los ciudadanos están más informados y los
políticos deben tomar en cuenta sus opiniones.
Las encuestas ocupan un nuevo papel: son portavoces de esas mayorías
que se expresan por su intermedio. Las encuestadoras tienen una nueva
fuente de poder y las élites un nuevo motivo de fastidio con la técnica:
muchos de ellos son autoritarios y añoran una sociedad en que los más
«ilustrados» mandaban a los «ignorantes» sin tomar en cuenta sus puntos
de vista.
Ese poder de las encuestadoras es peligroso y debe controlarse con la
competencia. Es bueno que un país exista diversas encuestadoras y deben
abrirse las puertas a encuestadoras de todo el mundo para que los
resultados de los estudios no sirvan para manipular la política. En las
circunstancias actuales un monopolio de las encuestas sería tan
peligroso como un monopolio de la prensa.
Esta nueva fuerza de las encuestas exige mayor profesionalismo en
quienes las manejan. Hay que desconfiar de las interpretaciones hechas
por quienes no están preparados para eso. El dato de una pregunta sacado
de contexto puede ser una media verdad y las medias verdades son las
peores mentiras.
Los números de una encuesta en manos de quien no ha estudiado esta
materia son peligrosos. En varios países hay personas que cogen unas
pocas cifras y argumentan que el Congreso debe ser disuelto o que el
Presidente debe ser sustituido porque tiene un porcentaje bajo de
aceptación en una encuesta. Quienes trabajan profesionalmente en la
materia saben lo que ha pasado en los países a lo largo de los años,
saben que las cifras se mueven y que deben interpretarse en un contexto.
Las encuestas de opinión son auxiliares de la democracia directa pero
sus fluctuantes cifras no pueden reemplazar a los procesos electorales.
Bibliografía:
Lake, Celinda C: Public Opinion Polling. Iskand Press. WDC, 1987.
Asher, Herbert: Polling and the Public. Congressional Quartterly, WDC, 1991.
Sabato, Larry J.: The Rise of Political Consultants. Basic Books Publishers, NY, 1981.
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Erickson Robert and Kent L. Tedin: American Public Opinion. Allyn and Bacon Press, 1991.
Popkin, Samuel L.: The Reasoning Voter. The University of Chicago Press, Chicago 1994.
Greenberg, Stanley B.: Middle Class Dreams, the politics and Power of the new American Majority. Timer Books, NY, 1995.
Mann, Thoms E. y Gary R. Orren: Media Polls in American Politics. The Brookings Institution, WDC, 1992.
Manuel Luis Rodríguez U.
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